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La Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre el sentido de la vida y a pensar en que la muerte nos llegará un día, en el que Dios nos llamará definitivamente a su presencia; no debemos olvidarlo, no tanto por el temor a lo que sucederá después, sino para vivir con mayor autenticidad, tal como Jesucristo lo espera y quiere de nosotros.

Si Dios nos ha creado y nos ha salvado por medio de su Hijo Jesucristo para que alcanzáramos la felicidad de la vida eterna, ¿por qué no trabajar con ilusión para hacer posible esta felicidad ya en nuestro mundo? ¿Por qué no vivir procurándonos el aceite de las buenas obras, que hace posible la irradiación de nuestra luz? Ahora es el momento de manifestar que nos amamos, que somos capaces de perdonar y de compartir. ¡Cuántas oportunidades desaprovechadas que dejamos escapar! Lo que no hagas quedará por hacer y, así, en el mundo habrá menos luz y menos felicidad. Esta es la lección que podemos aprender del hecho de que las vírgenes prudentes indiquen a las necias que ellas no pueden prestarles su aceite, sino que deben ir a comprarlo. Por eso, el mensaje del Evangelio es una llamada a la responsabilidad personal.

El sentido de la responsabilidad se subraya también con la exhortación de Jesús a velar, a estar atentos a la vida, a las personas que nos rodean y a nosotros mismos. Es una lucha contra la rutina y el aburrimiento que pueden causarnos la seguridad de una manera de pensar, del bienestar económico y social, del reconocimiento que disfrutamos… A la vez que velamos, también se nos invita a esperar y a tener paciencia. En un mundo marcado por las prisas, por la eficacia inmediata, por la inquietud de querer tenerlo todo bajo control, por la búsqueda del placer instantáneo, saber esperar y tener paciencia son cualidades que nos acercan a Dios, ya que Él tiene una paciencia infinita con nosotros y no deja nunca de esperar nuestra respuesta. Ahora bien, esperar no quiere decir cruzarse de brazos, sino ponerse a disposición del Reino que se acerca, ya que de nuestro modo de vivir dependerá que venga más pronto o que se retrase. Nunca dudemos de que el esposo, Jesucristo, llega y viene a nosotros, pero no olvidemos tampoco que nosotros ya lo hacemos presente en el mundo.

La Eucaristía es el gran momento de la espera y del encuentro con el Señor: celebramos el memorial de su muerte y resurrección mientras esperamos el cumplimiento definitivo de su obra. La Eucaristía es también el momento del encuentro con el Señor necesitado: es el tiempo del despertar de la caridad que nos ayuda a ver presente al Señor en los hermanos necesitados: «Todo cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos, conmigo lo hicisteis». El aceite del amor fraterno hará que nuestra vida sea mucho más luminosa y traerá la paz y la salvación a los demás.