pentecostes

Conocí a un hombre admirable por su bondad y buen juicio. A menudo pedían sus servicios para hacer conferencias y animar reuniones. Él mismo no se lo explicaba, porque no tenía mucha fluidez para hablar. De todos modos, todo lo que decía era muy ponderado y se escuchaba con interés. Uno de los participantes en una conferencia me hizo comprender el secreto: «Comunica mucho más con su persona que con su palabra». Este buen hombre no se contentaba con transmitir ideas, sino que comunicaba su convicción y entusiasmo; en una palabra, comunicaba su espíritu. Elevando nuestro pensamiento hacia Jesucristo, vemos que el Salvador no se contentó con transmitir a los apóstoles una enseñanza, sino que hizo que vivieran con Él y, cuando su estancia en la tierra tocaba a su fin, aún insistía más en la importancia de «recibir el Espíritu Santo». El día de Pentecostés, los apóstoles experimentaron una gran transformación: se sentían poseídos por el Espíritu de Dios. Todos los que los escuchaban comprendían su mensaje.

Jesucristo resucitado comunicó el Espíritu Santo a los apóstoles; Él ahora da vida en la Iglesia para formar el Cuerpo de Cristo, reparte entusiasmo para fortalecer la comunión y anunciar el Evangelio. Pentecostés no es un hecho reducido a un momento de la historia, como si fuera un episodio espectacular, pero propio de tiempo pasados, ya que Jesucristo continúa dándonos hoy el Espíritu Santo, que actúa a través de los sacramentos: en el Bautismo y la Confirmación para hacernos nacer a la vida de Cristo y unirnos estrechamente al misterio de su muerte y resurrección, haciéndonos testigos de la vida nueva; en la Eucaristía para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor; en la Penitencia para perdonar los pecados; en la unción de los enfermos para confortar y dar paz a quien sufre; en el orden sacerdotal parar transmitir la misión que Jesús confió a los apóstoles de guiar, enseñar y santificar la Iglesia mediante la predicación de la Palabra, los sacramentos y la oración; en el matrimonio para unir al hombre y la mujer y darles luz y fortaleza para poder cumplir con su misión de esposos y padres, colaboradores en la construcción del Reino de Dios a través de la edificación de una familia.

El Espíritu Santo ha abierto el mensaje del Evangelio a todas las naciones y culturas del mundo. De aquellos tres mil que escucharon las palabras de los apóstoles y se convirtieron a la fe hemos pasado a ser millones de hombres y mujeres de todo el mundo a quienes les ha llegado la predicación de la Iglesia. El Espíritu Santo impulsa los misioneros para que anuncien la Buena Nueva de la salvación a todos los pueblos en su propio idioma. La realidad de Pentecostés se manifiesta hoy en todo el mundo en una Iglesia plural que habla todas las lenguas. Así, el Espíritu Santo, que Jesucristo envía para asistir a sus fieles, nos hace ver que Dios es Padre de todos.