Cristo pasa por nuestra vida como pasó aquel día junto a las riberas del Jordán. Era eso de las cuatro de la tarde cuando Jesús, al ver a dos hombres jóvenes que lo siguen, se detiene y se vuelve para preguntarles: «¿Qué buscáis?» (Jn 1,38). Y ellos, sorprendidos ante la pregunta, le responden: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?«. «Venid y lo veréis» (Jn 1,39), esta es la respuesta de Jesús.

Yo también sigo a Jesús, pero… ¿qué busco?, ¿qué quiero? él mismo me lo pregunta: «¿Qué es lo que quieres realmente?» ¡Ah, si yo fuera tan audaz como para decirle: «Te busco a ti, Jesús», seguro que ya lo habría encontrado, «porque el que busca encuentra» (Mt 7,8). Pero soy bastante cobarde y le doy respuestas que no me comprometen demasiado: «¿Dónde vives?» Jesús no se contenta con mi respuesta, sabe muy bien que no necesito un montón de palabras, sino a un amigo, al Amigo, es decir, lo necesito a él. Por eso me responde: «Ven y lo verás»; y a todos nos dice lo mismo: «Venid y lo veréis». Vayamos, pues, con Jesús; tengamos con él una experiencia de conocimiento personal auténtica y profunda. Ahora bien, ¿cómo iremos a Jesús?, ¿dónde tenemos que ir para encontrarlo? La respuesta es clara: lo encontraremos en la Iglesia; tenemos que ir con él al encuentro de los hermanos en la comunidad cristiana. Durante mucho tiempo se ha propagado la famosa frase de «Creo en Jesucristo, pero no creo en la Iglesia», porque eso es una contradicción, porque el Salvador ha querido quedarse y hacerse presente en medio de sus discípulos de todas las épocas, y no podemos ser cristianos si no tenemos la misma actitud de Jesucristo hacia la Iglesia: «Cristo amó a la Iglesia y dio su vida por ella» (Ef 5,25). En la Iglesia hemos nacido a la vida de los hijos de Dios, en la Iglesia hemos recibido la fe y gracias a ella conocemos a Jesucristo; en la Iglesia recibimos la luz del Espíritu Santo, y en ella somos alimentados con los sacramentos de la salvación.

Juan y Andrés, los dos jóvenes pescadores, acompañaron a Jesús, «vieron donde vivía y se quedaron con él aquel día» (Jn 1,39). Entusiasmado por el encuentro, Juan podrá escribir más tarde: «La gracia y la verdad nos vienen por Jesucristo» (Jn 1,17). ¿Y Andrés? él irá corriendo a buscar a su hermano para darle a conocer la gran noticia: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41). «Y lo llevó donde estaba Jesús. Jesús se lo quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan. En adelante te llamarás Kefas, que significa Piedra» (Jn 1,12).

¡Piedra!, ¿Simón una piedra? Ninguno estaba preparado para entender estas palabras. No saben que Jesús ha venido a edificar su Iglesia con piedras vivas. él ya ha elegido los dos primeros sillares, Juan y Andrés, y ha dispuesto que Simón sea la roca donde apoyar todo el edificio. Y, antes de subir al Padre, nos dará la respuesta a la pregunta: «Rabí, ¿dónde vives?. Bendiciendo a su Iglesia, dirá Jesús: «Yo estaré con vosotros cada día hasta el fin de los tiempos» (Mt 28,20).

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