Con lenguajes diversos, los evangelistas describen la misión encomendada por Jesús a sus discípulos. Según san Mateo, tienen que «hacer discípulos» que aprendan a vivir como él les ha enseñado (Mt 28,19). Según san Lucas (Lc 24,47-49), han de ser «testigos» de lo que han vivido con él. Y san Marcos lo resume diciendo que deben «proclamar el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).

Quienes se acercan hoy a una comunidad cristiana no se encuentran directamente con el Evangelio. En muchos casos, lo que perciben es el funcionamiento de una religión envejecida, con graves signos de crisis. No pueden encontrar claramente dentro de esta religión la Buena Noticia que procede del impacto provocado por Jesús hace más de veinte siglos. Por otra parte, muchos cristianos no conocen tampoco directamente el Evangelio. Todo lo que saben acerca de Jesús y de su mensaje es lo que pueden reconstruir de modo parcial y fragmentario escuchando a catequistas y predicadores. Viven su religión privados del contacto personal con el Evangelio. ¿Cómo podrán proclamarlo entonces si no lo conocen en sus mismas comunidades?

El Concilio Vaticano II nos recuerda algo muy olvidado en estos momentos: «En todas las épocas, el Evangelio es el principio de toda su vida para la Iglesia». Ha llegado el momento, pues, de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar en el que lo primero es escuchar y acoger el Evangelio de Jesús. No hay nada que pueda regenerar el tejido en crisis de nuestras comunidades como la fuerza del Evangelio. Sólo la experiencia directa e inmediata del Evangelio podrá revitalizar la Iglesia. Dentro de unos años, cuando esta crisis de vida y de fe, de la cual nos cuesta tanto salir, nos obligue a centrarnos únicamente en lo esencial, veremos con claridad que no hay nada más importante hoy para los cristianos que reunirnos a leer, escuchar y compartir juntos los relatos evangélicos y sacar de ellos las consecuencias prácticas para nuestra vida cristiana; el contacto vital con el Evangelio nos hará ser de veras discípulos de Jesucristo.

Es necesario para nosotros creer en la fuerza regeneradora del Evangelio. Los relatos evangélicos enseñan a vivir la fe, no por obligación, no como un deber, sino como irradiación y contagio. Es posible introducir ya en las parroquias una nueva dinámica. Reunidos en pequeños grupos, en contacto con el Evangelio, iremos recuperando nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesucristo.

Hemos de volver al Evangelio como un nuevo comienzo. Ya no sirve cualquier programa o estrategia pastoral. Dentro de unos años, escuchar juntos el Evangelio no será ya una actividad más entre otras, sino la matriz desde la que empezará la regeneración de la fe cristiana en las comunidades presentes en medio de nuestra sociedad secularizada.

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