En las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo, san Pablo y Cristo nos hablan de una misión que han de cumplir, que les asemeja a los dos (Cor Christi, cor Pauli). Jesús, por sus palabras a sus discípulos y por sus hechos, nos habla del motivo de su venida a la Tierra, del sentido de su misión como Mesías:

Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. (Mc 1, 38).

Y Pablo, a su vez, nos habla de los motivos profundos de su misión y de la evangelización que realiza entre todos; el Apóstol nos acaba confesando que él mismo quiere participar de las promesas del Evangelio y que por eso se entrega a su difusión sin más riqueza que lo que recibe de la Providencia:

Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes. (1 Co 9, 23).

Ambos conocen bien la misión que el Padre Eterno les ha encomendado, y ambos muestran en sus vidas la riqueza inigualable del Evangelio. Y como dice san Juan Crisóstomo de Nuestro Señor sobre el porqué de su venida:

en lo cual manifiesta el misterio de la Encarnación y el dominio de su divinidad, confirmando que había venido al mundo por su voluntad,

queda clara la divinidad de Jesús, que descubrimos como rayos de luz que despuntan de su perfecta humanidad. Pablo también es consciente de que el anuncio del Evangelio es un encargo que ha recibido de Dios, y que la paga es ya el mismo anuncio y las penalidades a éste aparejadas.

En el fragmento de la primera lectura, Job nos habla del hombre como de un jornalero que suspira por un poco de sombra, nos habla del hombre como de un esclavo. Hemos de ser conscientes hoy en día de las dificultades que conlleva la existencia humana, la peregrinación del hombre por este mundo. El trabajo, el sudor y la enfermedad son realidades descritas ya en el Génesis, cuando Dios expulsa del Edén a Adán y Eva. Por la fe sabemos y entendemos que éstas son las consecuencias del pecado original, somos conscientes de que el hombre vive como en un valle de lágrimas y que se cierne una maldición sobre él. Una realidad, la del pecado que sigue viva y creciente, que nos afecta a unos y a otros, y que nos hace, no hermanos si no enemigos de los demás. Precisamente este domingo es el de la colecta a favor de Manos Unidas en contra del hambre en el mundo. Como Job ayer, nosotros nos hacemos preguntas y miramos a lo alto buscando la luz del sentido y la presencia amorosa de Dios que es capaz de levantar nuestros corazones.

Es el ejemplo que encontramos en san Pablo y en el mismo Cristo. Sobre todo Nuestro Señor, que por medio de la Encarnación quiso asumir toda nuestra humanidad y fragilidad. Ha querido también ser susceptible a la enfermedad, a la tentación y a la ley del trabajo, que aprendió de su padre putativo san José. Jesús ha venido para sanarnos y para enseñarnos el camino del Reino de Dios. Alegrémonos, pues si el sudor y el trabajo, necesarios para conseguir los bienes para subsistir, nos recuerdan a nuestro Creador y el sentido de nuestra vida, la venida de Cristo a nuestras vidas nos abre el camino del dolor y del amor para ser tocados por la Gracia y poder levantar nuestros corazones al Señor en las dificultades diarias.

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