Ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (Hch 2, 12).

El testimonio del apóstol Pedro en el libro de los Hechos de los Apóstoles es impresionante (lectura recomendada). Un pobre pescador se erige en el nuevo líder capaz de plantarse ante el sanedrín, de ser liberado de la cárcel por un ángel e irse, acto seguido, al Templo a predicar a Cristo, o de proclamar a los cuatro vientos (como vemos hoy) que no hay otro nombre que nos salve que el de un tal Jesús, nazareno, galileo. Parece algo descabellado e imposible de creer, pero es que Pedro está proclamando con fuerza de lo alto lo que le enseñaron sus amargas lágrimas: el dato central de la fe, lo que él ha vivido en carne propia: que Cristo Jesús ha muerto por nuestros pecados, ha cumplido toda la Escritura y que está vivo, ha resucitado. Si miramos la escena con todos estos datos, vemos como Cristo ha tocado el corazón de este hombre y que le ha transformado, le ha hecho forajido para los judíos, pero también le ha constituído en héroe de la fe, porque Pedro es de los sencillos y pequeños. Las palabras del mismo San Pedro lo explican bien: hay alguien, un nombre, un rostro, todo cambia, Dios ha vencido nuestra ignorancia: «pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido en nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis a quien Dios resucitó de entre los muertos» (Hch. 4,9).

Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. (Jn. 10, 11-12).

Contemplamos hoy a Cristo como el Buen Pastor, sólo él nos conoce y es capaz de guiarnos hasta los verdes prados de la vida. Cuál es su característica propia, qué es lo que diferencia a Jesús del que no es verdadero pastor: que él da la vida por sus ovejas, no da de lo que le sobra ni da a medias, da sin reservas, hasta el punto de perder la propia vida. Otra característica, es que Jesús no tiene miedo de los lobos, ¿por qué? pues porque el Padre le ama y le devolverá la vida. Cristo lucha contra los lobos, contra los asalariados y contra nuestros propios desvaríos. él ha llegado hasta el extremo de dar su vida por nosotros y por ello nosotros tenemos vida y pastos abundantes. Se nos ha abierto la puerta del redil que permanecía inexpugnable.

Podemos apreciar una similitud entre Cristo Nuestro Señor y san Pedro. Ambos aman al Padre, esta es la clave. Los dos le han conocido, le han visto (de diverso modo) y por lo tanto no tienen miedo de perder la vida, pues la recobrarán con creces. Pedro ha creído porque ha conocido a Cristo y ha sido sufrido y perdonado por él. De este modo se disipa el miedo y se convierte en un buen pastor, puede llegar a cualquier lugar y decir: obedeced a Dios antes que a los hombres. Nos acordamos de San Juan Pablo II, incansable, orante, osado, peregrino, apóstol, radiante de alegría. El encuentro con Cristo transorma a los hombres, y a algunos los llama a ser pastores, pidamos por todos ellos.