La presencia de Nuestra Señora de Montserrat en su santuario está muy vinculada a la formación y el desarrollo histórico de Cataluña, de aquí que Mn. Jacinto Verdaguer dijera con toda razón en una de las estrofas del Virolai: «Tu nombre da principio a nuestra historia, que Montserrat es nuestro Sinaí». Ciertamente, Cataluña no sería lo que es sin la presencia de la Nuestra Señora y su patrocinio sobre nuestro pueblo. Como cristianos, tenemos la alta responsabilidad de ser sal y luz, testigos del Evangelio en medio de una sociedad que ha sido configurada por la fe cristiana.
Escribo esta reflexión con motivo del 107ª Peregrinación de Rubí a Montserrat, que realizamos en el primer fin de semana de mayo. Al instituir la romería, el Beato José Guardiet tuvo el acierto de situarla entre la fiesta de Nuestra Señora de Montserrat y el inicio del mes de mayo, dedicado tradicionalmente a la Virgen María por la piedad popular. Llevado por su amor a la Santísima Virgen, el Dr. Guardiet pidió siempre su protección y quiso que la Madre del Salvador amparase la parroquia de San Pedro de Rubí, que Nuestro Señor le había encomendado. Hoy hacemos extensivo este amparo a todas las parroquias de Rubí, que han nacido de San Pedro como parroquia madre.
La romería de hogaño se hace eco de la donación por parte de Jesús de María, su Madre, como Madre nuestra: «Hijo, aquí tienes a tu madre», estas palabras dirigió Jesús al discípulo amado y, a través de él, nos las dirige también a cada uno de nosotros. El Evangelio de San Juan nos dice que desde entonces el discípulo la recibió en su casa; y eso mismo es lo que nosotros también debemos hacer, recibir a la Santísima Virgen como nuestra Madre. Como discípulos de Jesucristo, recibimos una doble vocación: ser hijos de María, que es madre de los creyentes y de la Iglesia, y ser miembros de esta Iglesia que, como madre, nos ha hecho nacer en la fe. María nos es dada como la madre que aprendió en su propio dolor a acoger y consolar en su dolor a los que la invocan, de quienes saben que esta buena madre acoge siempre a sus hijos, sean como sean y vengan de donde vengan; su consuelo es darnos a conocer al Hijo que ella misma trajo al mundo para que fuera fuente de vida y esperanza para nosotros; de este modo, no sólo recibimos a esta madre como hijos suyos, sino que en ella llegamos a ser hermanos de Jesús y, en él, herederos del Padre celestial y de la vida que él nos ha preparado.
Los romeros que han subido a Montserrat, quienes no habéis podido subir y quienes, por estar con la romería y a la vez no descuidaros a vosotros en vuestra atención pastoral, subimos y bajamos de la Montaña santa de Montserrat, formamos una sola comunidad que se hace presente a los pies de la Virgen, patrona de Cataluña, a quien nos encomendamos con gran devoción, pidiendo que un día podamos alcanzar las promesas de Jesucristo, y a quien presentamos nuestros trabajos, proyectos e ilusiones para que las ofrezca a Dios que nos ama y nos salva.