Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16).

Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. (Deus Caritas est. Benedicto XVI).

La Palabra de Dios de este domingo nos presenta de nuevo el centro del misterio cristiano, que no es otro que una persona, Cristo Jesús. Tal y como nos recordó Benedicto XVI, no podemos ser cristianos si nuestro cambio de vida y nuestra lucha interior no están marcadas y precedidas por un encuentro real con Cristo. Durante algunos años muchos han pensado que los valores de las personas o instituciones, que las obras, buenas, de muchos, podían ser calificados de cristianas, sin más (el término católico ya sonaba un poco más fuerte). Pero hemos constatado con el paso de los años que si en los cristianos individuales o en los grupos no se parte de un encuentro real con Cristo, las obras y los valores que se viven no pueden ser llamados cristianos. Un ejemplo claro que se vive en la Iglesia es el proceso que han seguido algunas universidades del mundo, bajo la actuación de la Santa Sede, para revisar si su apelativo oficial de católica se podía mantener o se tenía que suprimir. La clave, resumiendo mucho: el encuentro real con Cristo que da nueva luz a la fe ya profesada y a los nuevos planteamientos en la moral, la política o la interpretación de la Biblia. Si no se vive ni se propicia ese encuentro la fe y la vida cristiana se apagan.

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. (Jn 15, 10).

Jesús nos invita a descubrirle de nuevo siempre presente, a revisar nuestra vida a la luz de los mandamientos. Cristo es el amor del Padre y Dios es amor, así que de nuevo, participando de la Santa Misa del domingo podemos recibir la gran luz de este amor y preguntarnos cómo respondemos nosotros, cómo podemos imitar mejor el amor de Cristo al Padre, para así permanecer en él dondequiera que estemos. Cristo nos llama a cumplir los mandamientos, que son a su vez un termómetro objetivo de nuestra permanencia en Dios (p. e. estar en Gracia de Dios o no estarlo). Ese intento siempre constante de permanecer en él nos conduce al llamado encuentro diario con Cristo (necesario para todo cristiano). Podemos preguntarnos cuánto tiempo pasamos a la semana delante del Sagrario, o cada cuánto hacemos un rato de Adoración al Santísimo. Hoy como ayer, cientos de Sagrarios están abandonados.

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