La crisis actual, caracterizada por la recesión económica y la amenaza contra la paz, está en boca de todos y cada cual la experimenta con mayor o menor intensidad. Sin embargo, los periodos de crisis nos dan la oportunidad de experimentar un crecimiento personal y reflexionar hacia dónde va nuestra sociedad.
Junto a la crisis económica, hay también otras crisis importantes y en las que vivimos inmersos desde hace tiempo: la crisis de valores, la crisis de Fe de muchas personas y del conjunto de la sociedad, la crisis de la juventud, falta un horizonte de ilusión, y así podríamos alargar la lista. Parece que sólo nos preocupe la economía, sin prestar atención a las causas que nos han llevado a la crisis. La economía, ¿es lo único importante en la vida? ¿Nos movemos solamente por el afán de tener y gastar?
Toda crisis económica es el resultado final de no haber seguido ni dado importancia al mandato de Dios:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo.
En consecuencia, no podemos ser tan egoistas como lo hemos sido hasta ahora. Hemos invertido este mandamiento y primeramente cada cual se ha amado a sí mismo con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas y, si aún quedaba alguna migaja, ha amado al prójimo como limosna, y en último término ha amado a Dios dándole las zarandajas de su vida. ¿Podrá bendecir Dios nuestra existencia cuando le damos tan poco para que él lo pueda transformar? ¿Pensamos que Dios nos bendecirá si, en vez de ponernos en sus manos, nos alejamos de él?
La crisis económica refleja la crisis de Fe y de vida que caracteriza nuestra época. ¿Hacia dónde se encamina nuestra vida? ¿Sólo hacia el consumismo, el bienestar material y el placer a cualquier precio? ¿Cuál es el tesoro de nuestra existencia? Jesús dijo:
Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón. (Mt. 6, 21).
¿Tenemos que estar viviendo siempre más allá de nuestras posibilidades? ¿Ha de ser este nuestro ideal? Ciertamente, el dinero es necesario, pero tenemos dinero para vivir, no vivimos para tener dinero. La riqueza material no es ni puede ser nuestro Dios.
Rodeado por la incertidumbre, el salmo 46 nos anima:
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza; nuestra ayuda en momentos de angustia. Por eso no tendremos miedo aunque se deshaga la tierra, aunque se hundan los montes en el fondo del mar. (SI 46, 1-2).
El poder providente de Dios está más allá de la inseguridad económica, por eso confiamos en él y sabemos que no nos dejará de su mano. Una época difícil como la que estamos viviendo debe movernos a la conversión y a fomentar una relación más profunda con el Señor, y al mismo tiempo a llevar una vida más austera, solidaria y fraterna, centrada en lo que es importante. La Cuaresma nos brinda la ocasión de recordar las palabras de Cristo:
Todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis. (Mt. 25, 40)