En este último domingo del tiempo ordinario antes de la Cuaresma seguimos escuchando a Jesús enseñándonos desde la montaña: el Sermón de la Montaña, que recoge san Mateo en los capítulos cinco, seis y siete de su evangelio. Nos llama hombres de poca fe, y nos dirige unas palabras de una gran belleza que nos hacen apreciar la vocación a la que Cristo nos llama: buscar en esta vida, en el día a día, el reino de Dios y su justicia; abandonar la mediocridad que siempre nos asedia, y servir únicamente al Señor de señores, al Dios vivo y verdadero. Las palabras firmes de Jesús fortalecen nuestra fe y nos animan a reconocer concretamente cómo el Padre Dios se preocupa realmente por nosotros, más que de las otras criaturas a las que no les falta nada, como a los lirios del campo.

Los santos han sido siempre los grandes intérpretes de la Palabra de Dios, porque la han cumplido, la han mostrado a los demás con su propia vida. Releyendo el evangelio, nos podemos imaginar fácilmente a san Francisco de Asís. No se preocupaba por la comida ni por el vestido, había hecho un gran descubrimiento, también a través de la creación, y es que Dios que es Padre se preocupaba personalmente de él, ya no necesitaba nada, por eso huyó de la casa de sus padres, porque toda esa riqueza le sobraba para unirse más a Dios y seguir a Cristo. Jesús nos quiere mostrar también a nosotros ese gran descubrimiento, para que dejemos de afanarnos por tantas cosas y gastemos nuestros días sirviéndole a él y buscando así el reino de los Cielos.

Para mí, lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. (1 Co 4, 2-3).

San Pablo nos vuelve a dar una lección de libertad con estas palabras, pero a la vez nos recuerda que como cristianos y como pastores lo poco que se nos pide es que seamos fieles, que simplemente administremos, que quedemos a un lado para que en nuestro hablar y nuestro obrar se manifieste Cristo. Pero las palabras de Pablo sobre el eventual juicio que los hombres puedan emitir sobre él y al que contesta con la citada frase, suponen un gran descanso para nosotros: nuestro juez es el Señor, ni la propia conciencia, aunque no me acuse de nada me da garantías de salvación o de reconciliación con Dios.

Jesús en el evangelio nos invita a no preocuparnos por el día de mañana, de tal forma que la preocupación por el reino de Dios y por nuestra respuesta a la voluntad de Dios quede oscurecida. Si en nosotros es más grande el afán por la seguridad, el bienestar o por las necesidades más básicas, nos pasa, como dice Jesús, que nos falta fe, que no conocemos del todo a Dios, que perdemos nuestro tiempo y gastamos nuestras fuerzas vanamente en lo que no le podemos arrebatar a Dios si él no nos lo quiere dar; pero si él viste a los lirios del campo, ¿cómo no nos dará todo lo que necesitamos, e incluso el Espíritu Santo que nos hace descubrir que en este mundo sólo tiene sentido el amor a Dios y a los demás? Sino hacemos el ridículo en nuestro día a día. Otro Francisco, san Francisco de Borja, al contemplar el cuerpo sin vida de la emperatriz Isabel tomó una determinación, dejar de servir a un señor temporal, para servir del todo al Señor eterno. Y como era padre de familia y su mujer todavía vivía, no fue hasta su muerte, que dejando a buen recaudo a sus hijos y libre ya del lazo matrimonial se alistó en la Compañía de Jesús. Algo podemos hacer nosotros

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