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San Pablo nos exhorta: «Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad» (1 Co 5,7-8). La conversión y la penitencia cuaresmal desembocan en la renovación de la Pascua. Con su muerte y resurrección, Cristo ha hecho nuevas todas las cosas y ha restaurado en nosotros la imagen de hijos de Dios deformada por el pecado. Este gran principio ha de verse traducido en la vida personal y comunitaria a través de hechos concretos. Os propongo tres ámbitos en los que podemos incidir y trabajar para que la resurrección del Señor se manifieste en nuestras vidas:

Comunión. Jesucristo resucitado, por medio del Espíritu Santo, hace posible la comunión entre los miembros de la Iglesia. Los primeros cristianos, después de la resurrección de Jesús, «perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42). ¿Cómo valoramos el encuentro con el Señor resucitado en el seno de la comunidad?, ¿qué hacemos para crear vínculos de comunión fraterna? ¿Nos interesamos por la predicación y la catequesis, medios a través de los cuales sigue haciéndose presente la enseñanza de los apóstoles? ¿Con qué espíritu asistimos y participamos en la Celebración Eucarística i a los encuentros de oración a los que la comunidad parroquial nos convoca? ¿Pensamos en los más pobres y desfavorecidos y los vemos como hermanos y miembros de nuestra comunidad? Cáritas parroquial atiende a los necesitados, sin embargo, no podemos limitarnos a un servicio asistencial, sino que es preciso reconocer que estos hermanos nuestros también son miembros de la comunidad, ¿qué hacemos o qué podemos hacer para que se sientan integrados a la vida y a las celebraciones de la parroquia?

Apostolado. El libro de los Hechos de los Apóstoles es un testimonio de cómo los cristianos primitivos, reunidos en comunidades fraternas, extendieron el Evangelio. Cada cristiano se tomaba en serio su responsabilidad de dar a conocer el mensaje de Jesucristo. ¿Cómo actuamos nosotros hoy? Todos formamos la Iglesia y compartimos la misión que Jesucristo resucitado nos ha encomendado: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 19-20).

Servicio. Mientras vivió entre nosotros, Jesús dijo que su misión era la de servir a los demás: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 43b-45). He aquí también el sentido de nuestra vocación, el servicio, que se concretará en formas muy diversas según los carismas que Dios nos haya dado a cada uno.