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Los primeros cristianos llamaron «día del Señor» -domingo- al primer día de la semana en conmemoración de la resurrección de Jesucristo; después de muchos siglos, nosotros seguimos llamándole igual. Cristo se presenta vivo a los discípulos el mismo día de su victoria pascual, y se vuelve a aparecer al cabo de ocho días; de este hecho arranca la tradición de encontrarnos cada domingo para celebrar el Memorial del Señor. Los discípulos de Jesucristo celebramos la Pascua a un doble ritmo: anual y semanal. Cada año celebramos solemnemente la Pascua como un gran domingo que dura una semana –la Octava–, cuyo eco se prolonga hasta Pentecostés en la Cincuentena Pascual; por eso, la Pascua es el gran domingo de los domingos. Pero también celebramos el paso de muerte a vida del Señor cada semana en los demás domingos del año. La Eucaristía es el encuentro personal y comunitario con Cristo resucitado, por eso su celebración tiene en el domingo su día privilegiado.

Por su muerte y resurrección, Jesús nos ha conseguido la vida para siempre; en su condición humana resucitada, nuestra humanidad tiene la esperanza de alcanzar la vida eterna: Jesús resucitado alienta sobre sus discípulos y les otorga el Espíritu Santo, Aquél que es Señor y dador de vida. Haciéndose uno de nosotros, Jesús ha podido transformarnos según su imagen divina. De nosotros ha tomado la debilidad, el dolor, la miseria y el pecado y lo ha cargado sobre sí para darnos lo que es propio de Él: la vida nueva de los hijos de Dios. En un mundo desangrado por las guerras, necesitamos el aliento de Cristo resucitado. En una sociedad en la que tantas personas viven en la tristeza o se siente sola y marginada, en la que muchos enfermos buscan manos amigas que les conforten, necesitamos el aliento de Cristo resucitado.

Por estas y otras muchas razones, podemos hacer nuestra la confesión de fe de Tomás: «Señor mío y Dios mío»; porque en Jesucristo vemos a un Dios cercano que es Amor. En el día de hoy tengamos también un recuerdo hacia los “católicos no practicantes”, ya que Tomás fue el primero de ellos, dado que no estaba con los demás apóstoles el domingo de la resurrección. Su ausencia evidenciaba algún problema de su fe. Por diversos motivos hay muchos cristianos que han dejado de reunirse con la comunidad, o quizás han nacido ya en un ambiente en el que no es costumbre participar en la Eucaristía dominical. Si hoy hay alguien en esta situación, ahora puede ser ocasión para dar el paso hacia el encuentro con Cristo resucitado en la reunión fraterna de la Eucaristía: Jesús viene a nuestro encuentro como fue al encuentro de los discípulos para fortalecer su fe y mostrar a Tomás que, más fuerte que la muerte, es el poder de la Vida manifestado en su amor por nosotros.