Hace tiempo, un amigo con quien colaboro en un blog de comentarios bíblicos interconfesionales que reúne a personas de diversas denominaciones cristianas, me pidió hacer una reflexión sobre el texto de Isaías 50,4-7, un fragmento del tercer canto o poema del Siervo del Señor. No puedo resistirme a transcribirlo y comentarlo para ayudarnos a entrar en la Semana Santa:
«Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda. a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado».
Éste es el texto de la primera lectura de la Misa del Domingo de Ramos. Después de haber acompañado a Jesucristo en su entrada en Jerusalén, le acompañaremos también en su Pasión. Es una experiencia inigualable meditar la Pasión de Jesús con los poemas del Siervo del Señor, ya que éste es verdaderamente un esbozo bellísimo de la figura del Mesías paciente. El sufrimiento del Señor, que se hace siervo y asume el dolor de toda la humanidad para darnos vida, debe ser ejemplo y modelo para asumir nosotros el sufrimiento y las contrariedades que se nos presentan; es para todos de una escuela de aprendizaje y maduración.
El Siervo sabe que ha venido a cumplir una misión. Jesucristo quiere hacer en todo, la voluntad del Padre, que consiste en que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad (1 Tim 2,4). El Siervo está atento a escuchar y aparece como un iniciado en el sufrimiento: su espalda, sus mejillas, su rostro, reciben muchos golpes; pero es fuerte, paciente y sabe encajar todo lo que se le viene encima. Sin embargo, lo que propugna la fe cristiana no es el sufrimiento en sí, sino el amor incondicional que es capaz de llegar hasta las últimas consecuencias y, por tanto, es un amor que sabe asumir el dolor y el sufrimiento cuando es necesario. El Siervo, que ama y sufre, se ve capaz de acercarse a quienes sufren y se sienten abatidos; compartiendo su dolor, les podrá decir unas palabras alentadoras. ¿Cómo me acerco yo a los que sufren?, ¿cómo ofrezco mi vida?
Ahora bien, no todo está en decir palabras bonitas. Si el Siervo ha asumido el sufrimiento hasta el punto de pasar por la muerte, es para luchar contra todo lo que amenaza a la vida humana y vencerlo en su terreno. El Siervo confía plenamente en el éxito de su misión, porque sabe que Dios está con Él y lo ayuda. Jesucristo sabe que el Padre lo ha acreditado ante el mundo. Por eso, en la aceptación del sufrimiento por amor hay también una gran dosis de esperanza, y de ella nace la certeza de que la vida es más poderosa que la muerte, de que la vida tendrá la última palabra sobre nuestra existencia; es el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo quien lo ha hecho posible.