En el Jordán Jesús se manifiesta con una humildad extraordinaria, que recuerda la pobreza y la sencillez del Niño recostado en el pesebre, y anticipa los sentimientos con los que, al final de sus días en la tierra, llegará a lavar los pies de sus discípulos y sufrirá la terrible humillación de la cruz. El Hijo de Dios, el que no tiene pecado, se mezcla con los pecadores, muestra la cercanía de Dios al camino de conversión del hombre. Jesús carga sobre sus hombros el peso de la culpa de toda la humanidad, comienza su misión poniéndose en nuestro lugar, en el lugar de los pecadores, en la perspectiva de la cruz. (Benedicto XVI).

éste es el sentido de la fiesta que celebramos este domingo, el Bautismo del Señor en el río Jordán. Después de haber escuchado estos días en la liturgia de la Navidad que Dios se ha manifestado en nuestra carne mortal, el acontecimiento del bautismo supone también para todos nosotros un momento de revelación. Si nos fijamos bien, el día 25 de diciembre, el día 1 de enero y el 6 de enero nos muestran una única realidad imposible de explicar, superior a cualquier misterio: Dios se ha hecho hombre, ha tomado nuestra carne mortal. Los escenarios de esta maravilla digna de admirar y cantar son el pueblo de Belén y de Nazaret. En estos dos sitios hemos meditado qué supone nuestra salvación, hemos visto el portal y también el interior del taller de José; hemos buscado entender que Cristo vive entre nosotros y como nosotros, para traernos algo nuevo, para mostrarnos su persona y su corazón ardiente, y el mismo José, María y los pastores nos han acompañado como testigos del misterio del Dios hecho hombre, ellos callan, adoran y también trabajan, son nuestro compañeros.

El desierto que habita Juan, en cambio, nos recuerda a esos otros lugares en los que estamos solos con Dios y con nosotros mismos, lugares de silencio que se convierten en sitios de una gran luz para nuestras almas, paradójicamente. En el desierto, nuestros santos acompañantes se distancian para ponernos ante Dios, Jesús también estuvo sólo. Podemos traer a nuestra imaginación estos tres lugares tan bellos e importantes para nosotros: Belén, Nazaret y el Jordán. Son sitios geográficos que nos traen un mensaje, Dios se ha hecho hombre, vive entre nosotros y, hoy especialmente, nos quiere contar más cosas sobre él, sobre el Espíritu Santo y sobre el Padre a quien Jesús si ve y conoce.

[Dios] envió su palabra a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. (Hechos de los Apóstoles 10, 36-38).

Así fue como Pedro lo describe, él captó la verdad del Maestro y así sucedió. Y para responder al título del escrito, podemos concluir que el Maestro divino es de Nazaret, conoce Galilea y Jerusalén, llegó hasta Tiro (Siria), pero vive en Dios, en la Trinidad, para así vivir en cada uno de nosotros, como el que vive por la fuerza del Espíritu en las almas que se le asemejan.