«Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, sometido a la Ley, para dar libertad a los que estábamos bajo la Ley, para que Dios nos recibiera como a hijos» (Gálatas 4,4-5).
Navidad es tiempo de regalos. Nos ilusiona recibir obsequios que nos muestran cómo piensan en nosotros. Mucho o poco, los regalos navideños deben hacernos pensar en lo que la humanidad puede y debe ofrecer a Dios: el reconocimiento de su poder y autoridad, simbolizado en el oro ofrecido por los magos a Jesús, porque es Rey; la adoración, el culto y el reconocimiento de su santidad, simbolizado en el incienso, que nos indica la divinidad de Jesucristo; y la gratitud por su amor y su sacrificio hasta dar la vida, simbolizada en la mirra, especia aromática usada en la antigüedad para embalsamar a los difuntos.
Ahora bien, hay un regalo mucho mayor que Dios da a la humanidad: su Hijo hecho hombre, constituido Señor de cielo y tierra, que se ha hecho nuestro Salvador. Su venida al mundo ha marcado la llegada de la plenitud de los tiempos. Y precisamente por eso, el tiempo es un don divino que debemos llenar responsablemente con el mejor contenido de nuestra vida. Al empezar un nuevo año conviene pensar en el regalo que Dios nos hace de un tiempo nuevo, un obsequio inmerecido por nuestra parte. Pensemos por unos momentos en la personas que todavía nos acompañaban el año pasado y que no han llegado a cruzar el umbral del nuevo año… Ya no están visiblemente entre nosotros, pero tenemos la esperanza de que viven en y con Aquél que es la Vida y de que, de un modo u otro, están presentes. Sin embargo, ¿por qué ellas no han cruzado el umbral y nosotros sí?, ¿acaso hemos hecho algo que nos haga merecedores de traspasar la puerta del nuevo año? No, no tenemos mérito alguno; tampoco somos amos del tiempo y el haber llegado hasta el día de hoy forma parte del designio de Dios, a quien no llegamos a comprender a causa de nuestra perspectiva limitada.
Pero aunque sea algo inmerecido, entendemos muy bien que el tiempo que el Señor pone en nuestras manos es un regalo que no podemos desaprovechar y que debemos usarlo para hacer el bien y colaborar en la construcción y manifestación de su Reino aquí en nuestro mundo, comprendiendo así que las peticiones del Padrenuestro «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» son mucho más que meras frases retóricas.
Hay muchos que dicen no tener tiempo, siempre los vemos con prisas y nervios; pero Dios nos da todo el tiempo que necesitamos. A veces nos gustaría que el día tuviera cuarenta y ocho horas en vez de veinticuatro, pero, ¿nos sería útil? Posiblemente todavía encontraríamos corto el tiempo. ¿Acaso no es mejor agradecer a Dios el tiempo que nos da y ser conscientes de que éste y no más es el tiempo que necesitamos y nos basta? Si no tenemos tiempo, ¿no será porque a menudo lo perdemos o lo malgastamos en cosas superfluas e innecesarias mientras omitimos lo que de veras es importante y necesario?
Al empezar un nuevo año piensa en el tiempo que tienes en tus manos y que tu manera de utilizarlo será la llave que te abrirá la puerta de la eternidad.