El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz grande (Is 9, 1).
Todos los años escuchamos estas palabras del profeta Isaías, en el contexto sugestivo de la conmemoración litúrgica del nacimiento de Cristo. Cada año adquieren un nuevo sabor y hacen revivir el clima de expectación y de esperanza, de estupor y de gozo, que son típicos de la Navidad. Al pueblo oprimido y doliente, que caminaba en tinieblas, se le apareció «una gran luz». Sí, una luz verdaderamente «grande», porque la que irradia de la humildad del pesebre es la luz de la nueva creación. Si la primera creación empezó con la luz (cf. Gn 1, 3), mucho más resplandeciente y «grande» es la luz que da comienzo a la nueva creación: ¡es Dios mismo hecho hombre! La Navidad es acontecimiento de luz, es la fiesta de la luz: en el Niño de Belén, la luz originaria vuelve a resplandecer en el cielo de la humanidad y despeja las nubes del pecado.» (Juan Pablo II). Este es el sentido de las palabras del profeta Isaías: la luz llena cada rincón y la paz se alzará triunfante y serena. La luz es una luz grande, la paz es total; todo esto supone un nuevo horizonte de esperanza para el hombre, ya que sentimos miedo a la verdad y a la luz, experimentamos la tristeza del egoísmo y del aislamiento: Cristo, que es luz, ha llegado, y con él el temor ha pasado, porqué se acerca a nosotros humilde, y nos lo ofrece una mujer, una autentica madre. Luz y paz constituyen el título de la profecía de Isaías que escuchamos en la Misa del Gallo todos los años, pero, ¿qué han de significar para nosotros la luz y la paz, cómo se concretan en nuestra vida? Muy sencillo: Jesús. El Niño que ha nacido ha venido para estar entre nosotros, y para traer el poder y el perdón de Dios. Por lo tanto, el Niño Jesús acostado en el regazo de María, bajo la cueva del portal de Belén nos asegura que la verdadera luz y la auténtica paz nos la ha traído un niño pequeño, alguien humilde y aparentemente frágil.
La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Ha venido a nuestra historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza distantes, es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda entre nosotros. (Papa Francisco).
Y si la paz y la luz desbordan hoy en nuestras familias, pues nos ha sido dado un niño, un ser pequeño y necesitado de nuestros cuidados, el anuncio del nacimiento de Cristo es el grito silencioso que quiere salir por nuestros labios. Dios ha construido su tienda entre nosotros: ésta es la consigna de un nuevo camino, de un descubrimiento que transforma nuestras vidas, ya que podemos escuchar el susurro de Dios.
Jesús nació en un contexto muy determinado que Lucas nos detalla en el Evangelio. ¿Acaso esto no nos hace pensar en nuestro presente, en nuestro contexto? Son muchos los peligros que hoy acechan al pequeño niño que es el gran Rey, pero finalmente Jesús, José y María se abren paso por el camino de la humildad y llegan hasta nosotros. Qué nosotros podamos enfrentarnos a los Herodes de hoy con la humildad de los valientes y con el riesgo de no tener nada que perder, pues Dios lo perdió todo por nosotros.