leper

La misericordia de Dios supera toda barrera y la mano de Jesús tocó al leproso. Él no toma distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio de nuestro mal; y precisamente así nuestro mal se convierte en el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros nuestra humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y capaz de sanar. Esto sucede cada vez que recibimos con fe un Sacramento: el Señor Jesús nos «toca» y nos dona su gracia. En este caso pensemos especialmente en el Sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado.” (Papa Francisco).

Nuestro mal y nuestros males se convierten en el lugar de contacto con Cristo, pues Él es el médico de los cuerpos y de las almas, y sólo así puede ser eficaz su poder divino en nuestra humanidad herida, sólo así podremos ser una sola cosa con Cristo. Es como el jefe y el subalterno, sino se dan la información necesaria propia de cada uno, el encaje es imposible y el deseado equipo de trabajo se convierte en un esfuerzo vano. Nosotros tampoco podemos encontrarnos con Cristo en otro lugar que no sea nuestra pequeñez y nuestra pobreza.

Lo que agrada a Dios de mi pequeña alma, es que ame, mi pequeñez y mi pobreza. (Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz).

Esto no quiere decir tolerar nuestros pecados (ni tampoco amarlos), sino conformarnos con nuestra pequeña humanidad y saber que muchos esfuerzos en nuestra vida pueden ser vanos, y que la humildad todo lo alcanza del Señor Dios.

En efecto, cuando el hombre peca gravemente, se arruina para sí mismo y para Dios. Anda perdido, sin sentido y sin dirección, pues el pecado desorienta y extravía. El pecado es la mayor tragedia que puede sucederle a un cristiano. En unos pocos momentos de malicia ha negado a Dios y se ha negado también a sí mismo. Su vida honrada, su vocación, las promesas que un día hiciera él mismo o hicieron por él en el bautismo, las esperanzas que Dios había puesto en él, su pasado, su futuro, todo se ha venido abajo… Queda como un leproso, solo, fuera del campamento, sin participación en la vida de la Iglesia, de la que se ha excluido. Por eso dice San Juan Crisóstomo: «El pecado no sólo es nocivo para el alma, sino también para el cuerpo, porque a causa de él el fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo» (Homilía sobre 1 Corintios 99). Pero toda esa ruina podrá ser restaurada, por la misericordia del Salvador, con el arrepentimiento y con el sacramento de la penitencia. (Manuel Garrido Bonaño).