El Evangelio es Buena noticia y, por ello, es un mensaje lleno de esperanza. Jesucristo nos invita a sus discípulos a confiar y no tener miedo, porque Dios está con nosotros en todo momento
A lo largo de la vida hay muchas cuestiones que nos preocupan y angustian. Vivir sin miedo es, de algún modo, aprender el arte de existir y desarrollar en este mundo la imagen divina con la que Dios nos ha dotado al crearnos. Vivir sin miedo es tener capacidad de reconciliarse cada uno consigo mismo y con el mundo que le rodea. Confiar en Dios y entrenarnos en el arte de de saber vivir es abrir la puerta a la esperanza y afrontar la vida con optimismo; entonces es miedo desaparece y lo que nos angustiaba pasa a convertirse en un estímulo. El que está poseído por el Espíritu de Dios no se deja paralizar por el miedo.
De todos los miedos que abundan en el mundo hay uno que debemos esforzarnos por superar ya que puede tener efectos nocivos y devastadores: se trata de los respetos humanos, el miedo al qué dirán, el temor a vernos en ridículo. El cristiano no puede quedarse atorado. Jesús dijo:
El que quiera salvar su vida la perderá; el que la pierda por mi y por el Evangelio la salvará para la vida eterna.
Fijémonos en los grandes profetas contemporáneos, por poner un ejemplo: Gandhi, Martin Luther King, Pablo VI, Juan Pablo II, Óscar Romero, la Madre Teresa de Calcuta, entre otros: han dicho valientemente cosas que incomodaban a muchos. Ahora bien ¿Qué se necesita para para que el mundo sea mejor? Callar por miedo, buscar compromisos para tratar de contentar a todos o decir la verdad por su nombre y denunciar las injusticias? ¿Qué es más importante para un cristiano: la opinión y prestigio ante los hombres o bien la Gloria de Dios, que es la vida de los hombres? A lo largo de nuestro paso por este mundo todos nos podemos equivocar, pero aquel que se queda parado y no avanza por miedo ya se ha equivocado de entrada.
La condición fundamental del Cristiano es la de testigo, eso nos debe hacer conscientes del mensaje que anunciamos y de la realidad en que vivimos, en la que debemos comunicar el Evangelio. La esencia del mensaje que proclamamos es que Dios nos ama, nos ha salvado por Jesucristo y que, con la salvación de la humanidad, ha empezado a hacerse realidad un mundo nuevo, el Reino de Dios.
La realidad en la que vivimos es una sociedad fuertemente secularizada, en la que se ha ido extendiendo una atmósfera de agnosticismo o de ateísmo práctico, que hace que una gran masa de bautizados viva según unos criterios paganos más que cristianos. En esta situación estos hermanos nuestros han perdido el sentido comunitario de la Fe o quizás ya no lo han tenido nunca porque han nacido en un ambiente en que esto se ignoraba. Y así contemplan la Iglesia no como una familia de la que son miembros sino como una especie de institución pública de servicios religiosos de la que se sienten distanciados y a la que acuden en momentos puntuales.
Al mismo tiempo hay que añadir una serie de prejuicios que hacen de pantalla y dificultan que el mensaje de Jesucristo sea conocido genuinamente. Sin embargo, en la sociedad en que vivimos hay también muchos aspectos positivos como los que muestran aquellos que han descubierto el sentido de la Fe, que antes no conocían, como puede ser la dimensión comunitaria o la unidad entre Fe y vida, o la ilusión y la esperanza con que viven su participación en Jesucristo. Por ello, ya que hemos de llevar un mensaje de esperanza al mundo, una buena noticia, nunca hay que tener miedo