Parece duro y grave este precepto del Señor de negarse a sí mismo para seguirle. Pero no es ni duro ni grave lo que manda aquel que ayuda a realizar lo que ordena. Es verdad, en efecto, lo que se dice en el salmo: Según tus mandatos, yo me he mantenido en la senda penosa. Como también es cierto lo que él mismo afirma: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. El amor hace suave lo que hay de duro en el precepto.
Todos sabemos de qué es capaz el amor. El amor es no pocas veces hasta réprobo y lascivo. ¡Cuántas cosas duras no tuvieron que tolerar los hombres, cuántas cosas indignas e intolerables no hubieron de soportar para lograr el objeto de su amor! Pues bien, siendo en su mayoría los hombres como son sus amores, ni es preciso preocuparse tanto de cómo se vive cuanto de saber elegir lo que es digno de ser amado, ¿por qué te admiras de que quien ama a Cristo y quiere seguir a Cristo, amando se niegue a sí mismo? Pues si es verdad que el hombre se pierde amándose, no hay duda de que se encuentra negándose. ¿Quién no ha de querer seguir a Cristo, en quien reside la felicidad suma, la suma paz, la eterna seguridad? Bueno le es seguir a Cristo, pero conviene considerar el camino. Porque cuando el Señor Jesús pronunció estas palabras, todavía no había resucitado de entre los muertos. Todavía no había padecido, le esperaba la cruz, el deshonor, los ultrajes, la flagelación, las espinas, las heridas, los insultos, los oprobios, la muerte. Un camino casi desesperado; te acobarda; no quieres seguirlo. ¡Síguelo! Erizado es el camino que el hombre se ha construido, pero Cristo lo ha allanado recorriéndolo fatigosamente de retorno. (San Agustín).
El evangelio de este domingo nos interpela grandemente a buscar cuales son nuestros verdaderos amores, cuáles son nuestras más poderosas pasiones. Cristo nos ama con locura, y pasa por nuestras vidas, por los cruces de los caminos buscándonos, los ciegos y lisiados de hoy. Cristo nos pregunta como al ciego del camino qué queremos de él, y nosotros nos debemos de enfrentar a esa pregunta sin miedos. El amor vence al miedo, y el miedo lo que causa en nuestra vida es cansancio y hastío, así que llega un momento en la vida en el que añoramos la libertad que encontramos en Dios que es la verdad y que es la que disipa el miedo ¡Con la gracia es posible! Tenemos deseos de alcanzar esa libertad que pensamos que conocemos, pero que siempre nos sorprende porqué es la libertad en la verdad de Dios: ya nada importa, somos amados por Cristo y la gracia existe y actúa, en nosotros y en tantos hermanos. Pidamos al Señor la fe y el amor, Cristo nos amó primero y quedamos así agradecidos y abrumados, porqué la película de nuestra vida (a veces con escenas de terror) es asumida por el mismo Cristo y es así redimida, rehecha; se convierte en una vida llena de color que es la nuestra, que vale la pena ser vivida, y que encuentra siempre un apoyo en los hermanos: nunca estamos solos.
Pasé años perdida en la oscuridad hasta que encontré la luz. Ahora ya sé que nunca estoy sola.
Un saludo, espero que te encuentres muy bien.