Después del descanso estival que hemos podido gozar en un tiempo necesario, volvemos a la normalidad y al ritmo habitual de las cosas. Hemos recobrado fuerzas y nuevas energías para empezar un nuevo curso, que viviremos como tiempo de gracia que Dios nos da, con serenidad y esperanza. Un tiempo nuevo cuya marcha está marcada por Cristo, Señor de la historia que envuelve nuestra vida y nos da nuevas oportunidades. No podemos olvidar, sin embargo, que este verano hemos vivido un hecho trágico y sobrecogedor que nos ha tocado de cerca: el atentado yihadista de las Ramblas de Barcelona que segó la vida de dos hermanos nuestros: el pequeño Xavi y su tío Francisco, pedimos para ellos que Dios los tenga en su gloria, al mismo tiempo que expresamos nuestro más sentido pésame a su familia.
Cada inicio de curso es como un desafío que nos llena de ilusión y al mismo tiempo puede cubrirnos de angustia, porque aunque vemos un panorama que puede entusiasmarnos, vemos también nuestra debilidad y nuestras imperfecciones, y eso nos da miedo por no saber estar a la altura de las circunstancias. Fijémonos en la persona de Pedro, el príncipe de los apóstoles: hace unas semanas lo contemplábamos temeroso mientras intentaba andar sobre las aguas y se hundía; la semana pasada mereció la felicitación de Jesús por haberlo reconocido como el Mesías, el Hijo de Dios vivo, en una magnífica confesión de Fe; y hoy Jesús le riñe porque Pedro peca de una visión demasiado humana y materialista del Mesías y no llega a comprender que el camino de Jesucristo ha de pasar por la cruz. Pedro es el hombre de la gran confesión de fe, de la exactitud doctrinal en sus definiciones sobre Cristo, y al mismo tiempo es el hombre débil que puede hundirse ante las dificultades y quedarse falto de una verdadera comprensión de lo que el Señor le quiere revelar. Pero cuando Pedro mira a Cristo cara a cara, entonces se convierte en Piedra, en la Roca firme de la fe. Como él, todos estamos invitados a avanzar, muy unidos y hermanados, mirando el rostro de Jesucristo. ¿Qué podemos hacer para que nuestra parroquia avance? ¿para que nuestra comunidad crezca en número y en santidad de sus miembros? Ciertamente mirar a Cristo. Nos dice el salmista:
Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el pobre invoca al Señor, Él le escucha y le libra de todos los peligros. (Sl. 34, 6-7).
Si miramos a Cristo, no sólo estaremos satisfechos, sino que también irradiaremos su luz.
Después de poner la mirada en Cristo, tenemos que ver los talentos que Dios nos da; cada uno de nosotros se ha visto adornado por Dios con unos carismas peculiares en orden al enriquecimiento de la comunidad: unos en la visita y atención a los pobres y enfermos, otros en la enseñanza y la catequesis, otros en el ornato y limpieza del templo, otros en la administración de la comunidad, otros en la implicación más directa en el tejido social, y todos en la oración y la liturgia, que nos ponen en relación más directa con el Señor y nos cohesionan como Cuerpo de Cristo. En cualquier campo, en cualquier ámbito, la comunidad parroquial te necesita. Os animo a todos a trabajar con entusiasmo y esperanza por el Reino de Dios y, como dice el apóstol San Pablo,
Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él (Col. 3, 17).