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Dios es desconcertante para el hombre; para poder entrar en su misterio es preciso vaciarse de uno mismo. No podemos encerrar a Dios en nuestros esquemas mentales; si alguna vez lo logramos, entonces no es Dios, sino un ídolo. Nosotros no poseemos a Dios, sino que es Él quien nos posee a nosotros y se nos manifiesta como quiere. Dios no nos responde con signos prodigiosos, como pretendían los judíos, ni con sabiduría humana, como querían los griegos, sino con la presencia entre nosotros del Mesías crucificado, escándalo para unos y absurdo para otros. La actitud de judíos y griegos representan dos posturas ante Dios y la fe: la de los milagreros y la de los racionalistas. En alguna ocasión he oído frases como estas: «Si Dios existe, que venga ante mí y creeré», o «si Dios existe, que haga un milagro en mi presencia». Herodes también dijo algo parecido, pedía un signo a Jesús para quedar convencido de su autoridad divina, pero obtuvo la callada por respuesta, porque Dios no acostumbra a hacer espectáculos ante las miradas indiscretas. Para acercarnos a Dios necesitamos un corazón puro y ser humildes; Él no es un ser al que podamos manipular, como a veces hacemos con el prójimo. Nadie podrá ver a Dios con toda la intensidad y entrar en la profundidad de su misterio más que en la vida eterna. Previamente hay que morir para poder resucitar. En la medida en que vayamos muriendo al pecado y al egoísmo en esta vida, empezaremos a participar en la vida eterna y se dibujará en el prójimo y en nosotros mismos el rostro de Dios. Por otra parte, ¿qué mayor milagro queremos?, ¿qué signo que cause más admiración que su Hijo entregado por nosotros? ¿Es poca cosa el amor que Dios nos ha ido manifestando y que podemos experimentar cada día? Hay otra categoría de personas a quienes les cuesta aceptar a Dios: son las que confían demasiado en el poder de la inteligencia y en los métodos científicos. Lo que no puede ser perfectamente entendido o medido, pesado y cuantificado, no existe para ellas. Sin embargo, ¿puede ser perfectamente entendido el amor? ¿Puede ser medido, pesado y cuantificado? ¿Alguien ha visto jamás el amor? No, pero vemos sus efectos. De Dios vemos también sus efectos e intuimos su presencia. La fe no es racional, pero es razonable, porque, como decía Pascal, el corazón tiene razones que ni la misma razón comprende. Si de veras queremos saber quién es Dios tendremos que darnos nosotros mismos, siguiendo a Jesucristo en el camino de la cruz, amando y ofreciendo nuestra vida. Cuando preguntaban a santo Tomás de Aquino dónde aprendía toda su ciencia sagrada, la respuesta era siempre la misma: al pie de la cruz, contemplando a Jesucristo crucificado. Porque no se trata de saber cosas, pocas o muchas, sino de creer, vivir y amar.