La Última Cena fue la primera celebración de la Eucaristía. Jesús iba a volver al Padre, cruzando el umbral de la muerte y la resurrección. La palabra «sacrificio», aplicada a la Eucaristía, no significa sufrimiento, sino ofrenda sagrada: el ofrecimiento de Cristo a Dios por el bien y salvación de la humanidad. El amor inmenso de Jesús hacia los suyos le llevó a establecer un modo milagroso de quedarse para siempre con ellos y con nosotros: La Eucaristía, con la que cumple su promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». La Eucaristía es el misterio que actualiza e irradia la fuerza salvadora y santificadora de la Encarnación, Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesucristo.
El Señor Jesús instituyó la Eucaristía para todos los hijos de Dios y hermanos suyos: «Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros … ésta es mi Sangre, derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados». La Iglesia tiene en sus manos el tesoro único y sublime de la Eucaristía, pero sólo un reducido porcentaje de sus miembros se beneficia de la comunión eucarística. ¿Puede limitarse a un número tan minúsculo el grupo que quiere vivir y realizar la voluntad del Salvador, presente en la Eucaristía? Muchos no se reúnen habitualmente en la comunidad para celebrar el Memorial del Señor y tristemente renuncian de forma voluntaria a recibir el beneficio que representaría la transformación de sus vidas al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Hay otro grupo, menos numeroso, que va a Misa habitualmente los domingos, pero lo hace por rutina y para cumplir; reciben el Cuerpo y la Sangre de Cristo por costumbre, pero sin pensar en ello. éstos deberían reflexionar sobre la seria advertencia del Apóstol San Pablo:
El que come y bebe sin tener presente que se trata del cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. (1 Co 11,29).
Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la comunión y luego llevar una vida contraria a su enseñanza no es creer en él, sino estar en contra.
¿Qué hacer cuando tantos y tantos hijos de Dios, que deberían ser destinatarios de la vida eterna, mueren de anemia espiritual? Es urgente una gran renovación espiritual y de la experiencia eucarística, de modo que se produzca una amplia conversión todo el mundo.
La Eucaristía es la obra máxima del Apostolado Salvador. En la celebración de la Eucaristía los bautizados ejercen el sacerdocio común, que el Espíritu Santo les confirió en el Bautismo, y que consiste, sobre todo, en ofrecerse con Cristo como una ofrenda agradable al Padre, compartiendo la salvación de la humanidad y de toda la creación. En la comunión eucarística se realiza la máxima unión entre Jesús y nosotros, unión que requiere la comunión fraterna con el prójimo. Si falta la fraternidad se rompe la unión con Dios, ya que,
quien no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4,20).
Si los ojos de la fe y del corazón perciben a Cristo en la Eucaristía, lo percibirán también en el prójimo.