Dios nos crea por amor, nos da la vida, ha elegido un pueblo para hacerse presente entre los hombres y se hace hombre en Jesucristo para salvarnos; Dios nos ama plenamente. Pero el ser humano rechaza orgullosamente el amor divino mientras busca auto-crearse, darse a sí mismo la vida, autoelegirse ante los demás para su propia ambición, autosalvarse con la ciencia y la técnica, con la parapsicología y la religión cósmica. Parece que el hombre entendiera al revés las cosas de Dios: Dios quiere enseñar al hombre a deletrear el amor en su vida, y el hombre parece que sólo es capaz de pronunciar el egoísmo, el odio o, al menos, la indiferencia a todo lo que no sea su propio yo. Parece como si Jesús, en vez de ser la forma suprema del amor divino, fuera la causa de la turbación del hombre. ¿Qué ocurre en el corazón de muchos que no descubren en Jesucristo el amor divino tan sublime? Pues que quien no actúa como es detesta la luz y no se acerca para no verse acusado por sus obras.
Jesucristo nos enseña que amar es darse, entregarse, buscar el bien de la persona amada. Este amor no es frecuente ni resulta fácil. Es más frecuente encerrarse en la propia cáscara haciéndose a uno mismo sujeto y objeto de su amor. Es más frecuente aprovecharse del prójimo para satisfacción del propio yo. Es más fácil querernos bien a nosotros mismos olvidándonos de hacer el bien y amar al prójimo. Es más fácil no darse, no hacer nada por los demás, no ayudar a quien pasa necesidad, no colaborar en las diversas actividades de la comunidad, no buscar formas concretas de amar a Dios, a nuestros seres queridos, a nuestros hermanos y a todos los hombres independientemente de su religión, raza, cultura o condición. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, lo que es más frecuente y fácil no siempre es lo mejor. Debemos convertirnos al Amor: este amor que actúa en nosotros porque Dios nos lo regala y nosotros acogemos con gozo.
Vemos a menudo la tensión entre el amor de Dios y el mundo que nos rodea. En la situación actual, hay que creer que Dios no quiere que el mundo esté tan falto de gracia. Dice el profeta Isaías:
La mano del Señor no es tan débil que no pueda salvar, ni tan duro su oído que no pueda oír. Son vuestras culpas las que han abierto una brecha entre vosotros y vuestro Dios. (Is 59,1-2).
Mediante la oración, el perdón, la comprensión, la acogida, el consuelo y la ayuda, podremos ser testigos del amor divino en un mundo que vive a oscuras y necesita constantemente ser iluminado. Un mundo en gracia se construye cada día con la ayuda de Dios, no es una herencia de tiempos pasados ante la que podamos estar de brazos cruzados.