En este quinto domingo de Cuaresma encontramos como un pequeño adelanto de la resurrección del Señor, una manifestación de lo que es la vida que Jesús nos trae y que nos da muriendo y derramando así su Espíritu sobre nosotros. Nos acercamos ya a la Pascua y necesitamos todavía creer más para poder contemplar la gloria de Dios en nuestras vidas, en la Iglesia y en el mundo.
Os infundiré mi espíritu, y viviréis. (Ez 37, 14).
Vemos, que en la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone para este domingo se nos describe la acción en nosotros del Espíritu Santo. El Señor nos habla de este espíritu, nos habla de la vida para que corramos tras ella, deseando su mismo espíritu. Sólo siendo poseídos y poseyendo su mismo espíritu viviremos, si no, seremos movidos sólo por nuestros intereses, por nuestros egoísmos, no podemos quedarnos en medio. El Espíritu sopla con fuerza, su acción se ha manifestado en nosotros un año más en este tiempo santo de Cuaresma, somos testigos de ello, y tal como le pedíamos a Dios en el miércoles de ceniza queremos continuar con nuestra particular lucha, el combate a muerte en el que se enzarzan el espíritu y la carne, la vida y la muerte. Se nos ofrece la vida, Cristo pasa por nuestras vidas.
Jesús le dice:
Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? (Jn 11, 25).
San Pablo, en la segunda lectura nos asegura que el Espíritu de Cristo en nosotros nos vivificará, tal y como lo hemos visto en Cristo que ha resucitado del lugar de los muertos. Es, por lo tanto, en el Espíritu en el que encontramos vida, la vida eterna. No la encontramos en nosotros, la necesitamos recibir abriendo nuestro corazón a este espíritu que llega hasta nosotros y que mora en nuestras almas.
Tenemos por lo tanto una serie de elementos, ordenados para nuestra conversión, para nuestra resurrección: la fe en Jesús, la recepción de su espíritu y la vida eterna. Estamos ante Jesús, el centro de nuestra fe, él se acerca hasta nosotros para infundirnos más fe, para purificarnos, para morir con él en la cruz perdiéndolo todo y resucitar así a la vida verdadera. De esta manera se nos presenta la cruz, el instrumento de la vida, la humillación del demonio.
Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. (Rm 8, 9).
Cuando el papa Benedicto XVI renunció al pontificado y quiso explicar el tipo de vida que llevaría dijo unas palabras que son válidas para todos y que nos pueden ayudar cuando estamos a las puertas de la Semana Santa, la fiesta de nuestra salvación. Dijo Benedicto: «No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado». El Señor se acerca a nuestras vidas y tenemos la oportunidad de poder cambiar, de ser atraídos por Cristo, de ver como nuestras vidas se transforman y nuestro espíritu, movido por el Espíritu Santo, avanza sobre la carne, sobre el hombre viejo, envejecido por el pecado, la pasividad, el egoísmo, la falta de fe en la gracia de Dios. El mismo san Ignacio de Loyola quedó cojo después de ser herido en una batalla en Navarra. Quizás esto sea algo menor, pero con ese impedimento recorrió distancias larguísimas, por ejemplo hasta Tierra Santa, y abrazando su limitación también se unió a Cristo, que quiso tocar su corazón para llevarlo consigo, para atraerlo al camino de la oración y de la misión. Cristo pasa hoy por nuestras vidas y nos dice que él es la vida: vivamos ya para él.