La solemnidad de Cristo Rey es una fiesta que nos invita a contemplar a Jesús como el Señor del universo.
En un mundo marcado por la búsqueda de poder y dominio, esta celebración nos desafía a redescubrir el sentido verdadero de la realeza, de acuerdo con los criterios del Señor: el servicio, la entrega y el amor. El Reino de Cristo no se fundamenta en la fuerza ni en la imposición, sino en el poder transformador del amor. Su trono es la cruz y su corona, una de espinas, símbolos que nos recuerdan que su reinado no se mide en términos de éxito humano, sino en la capacidad de redimir y dar vida. En un tiempo donde muchos reinos caen y los sistemas humanos se tambalean, Cristo permanece como el único Rey cuya autoridad no está destinada a dominar y someter, sino a liberar.
En la sociedad contemporánea, marcada por el individualismo y la fragmentación, el reinado de Cristo se hace presente en cada acto de justicia, en cada gesto de caridad y en cada esfuerzo por construir puentes de reconciliación. Ser súbditos de Cristo Rey nos exige vivir como ciudadanos de su Reino, anunciando con valentía que Él es el camino, la verdad y la vida. ¿Cómo podemos entronizar a Jesucristo como Rey en nuestras vidas? Poniendo nuestra confianza en Él, dejando que su Palabra guíe nuestras decisiones y extendiendo su Reino allí donde estemos: en nuestras familias, trabajos y comunidades. El mundo necesita testigos del Evangelio que, con humildad y alegría, muestren que Cristo no es un Rey distante y despótico, sino un amigo cercano que nos invita a caminar junto a Él hacia la vida eterna.
Que María, nuestra Madre y Reina del Cielo, nos ayude a reconocer y seguir a su Hijo, el Rey de reyes, en cada momento de nuestra existencia. ¡Viva Cristo Rey ahora y por siempre!