En la palabra de Dios que escuchamos este domingo nos dice Jesús: «No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud». La plenitud de la ley está en el amor a Dios, que es nuestro Padre, y al hermano, es decir, a todo el mundo. Hoy el Evangelio nos propone varios ejemplos: la ley no solo prohibe matar al hermano, sino que debe evitarse todo gesto, acto interior y conducta que indique animosidad contra el prójimo, cualquier forma de repulsión. El precepto de no adulterar -y no solo por la acción externa, sino por las actitudes, deseo y acciones personales dentro de las relaciones matrimoniales- quiere restituir al matrimonio, con su nueva ley de la gracia, al estado de indisolubilidad. Y por eso va añadiendo una sentencia que nos manifiesta esa plenitud que pide Jesús: «pero yo os digo…». Y ahí es donde nos deja la referencia que cada uno debemos vivir como seguidores que quieren ser fieles discípulos en su camino.
Jesús quiere que seamos sinceros y veraces con nuestros semejantes y que no invoquemos innecesariamente el nombre de Dios para justificar nuestras posturas y acciones, de tal manera que si actuásemos siempre con sinceridad bastaría nuestra palabra para tener siempre crédito. La clave de este Evangelio es la referencia a la reconciliación con el hermano. Es Jesús quien nos lo recuerda: «si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja la ofrenda y vete primero a reconciliar con tu hermano». A Dios no le agradan ni oraciones ni sacrificios de quienes no se perdonan de corazón o tienen algo contra su hermano. Quien no perdona de corazón a su hermano, tampoco puede esperar ser perdonado por Dios.
Sólo después de repensar todo lo que nos dice el Evangelio de hoy, hay dos cosas que nos sorprenden igualmente en Jesús: lo infinito de su exigencia y lo infinito de su indulgencia. Él no se extraña de las faltas ni de las debilidades, pero aguarda siempre un arrepentimiento. La Palabra de Dios es exigente para todos los que queremos seguirle, y así, el amor a Dios no es sincero si no nos lleva a amar a nuestro prójimo. Por ello hoy la Palabra de Dios nos invita a vivir la actitud humilde de quien está dispuesto a hacer de su vida un camino sencillo de fidelidad al amor de Cristo y a los hermanos, expresado en una obediencia por amor a la Ley de Dios.