Tras recibir el anuncio del ángel y saber que su prima Isabel estaba esperando un hijo,
«María se fue aprisa a la Montaña, a una ciudad de Judá. entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,39-40).
María sabía que su prima la necesitaba y no dudó en emprender un viaje que, con los medios de transporte actuales, podría durar unas dos horas, pero que entonces era largo y penoso, unos tres días llenos de incomodidad. Así, la Bienaventurada Virgen inauguró una larga serie de visitas a la humanidad para invitarnos a vivir según el Evangelio, a ser mejores discípulos de su Hijo, Jesucristo, y animar nuestra fe en Dios.
Nos dice el evangelista Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles que María estaba presente en la comunidad cristiana, entre los primeros discípulos de Jesús:
«Todos ellos eran constantes y unánimes en la oración, junto con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Act 1,14).
Unida a su Hijo y a su obra salvadora, María no ha dejado de estar con nosotros. Este es el sentido de la presencia de María en la Iglesia y de las apariciones marianas a lo largo de la historia: hacernos presente el hecho de que María es nuestra Madre, que nos ha sido dada por Jesús, y que nunca nos deja solos.
Unas de las apariciones más recientes, reconocidas por la Iglesia y que ha tenido un alcance universal, son sin duda las apariciones de Fátima, en Portugal, en el lugar conocido como Cova de Iria, el 13 de mayo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial y en vísperas de la instauración del régimen comunista en Rusia y de la creación de la Unión Soviética. En medio de la convulsión que caracterizaba aquella época, la Virgen dio un mensaje claro de regreso al Evangelio, de conversión, oración y penitencia para vivir la reconciliación con Dios; es el mensaje mismo y de siempre de Jesucristo que nos llama a su Reino de salvación, de amor y de vida. Este mensaje sigue siendo actual en nuestros días, en medio de un mundo tan convulso como el de entonces. Con el fin de extender el mensaje de Fátima por todo el mundo, muy pronto se hicieron reproducciones de la imagen de la Virgen, tal como la habían contemplado los tres niños videntes (Lucía, Jacinta y Francisco), y estas reproducciones empezaron a peregrinar por los cuatro puntos cardinales. Así se extendió la devoción a la Virgen Fátima como Virgen peregrina que nos trae el mensaje de su Hijo. Son muchos los que han vivido y recuerdan estas visitas de la Virgen de Fátima como un gran acontecimiento y dinamización de las comunidades cristianas. Ciertamente, la Virgen, presente entre nosotros nos impulsa y anima a vivir la fe y a trabajar por la paz y la concordia.
En este fin de semana que estamos acabando, hemos tenido la visita de una de estas imágenes en Rubí, y su presencia nos ha recordado el mensaje de salvación y la necesidad que todos tenemos de conversión y renovación espiritual. Ha sido sin duda un gran acontecimiento que nos dejará un magnífico recuerdo, pero un recuerdo que no debe quedar guardado en un baúl mientras pensamos en él con añoranza, sino un recuerdo siempre vivo y actual que nos muestra la presencia constante de María entre nosotros y la necesidad de nuestro compromiso en la fe, que ha de hacer de nosotros constructores del Reino de Dios.