No educas en la fe cuando impones tus convicciones, sino cuando suscitas convicciones personales surgidas del Evangelio.

No educas en la fe cuando impones conductas, sino cuando propones valores que motivan y estimulan.

No educas en la fe cuando impones caminos, sino cuando enseñas y acompañas a caminar.

No educas en la fe cuando impones el sometimiento, sino cuando despiertas el coraje de ser libres y adultos.

No educas en la fe cuando impones tus ideas, sino cuando fomentas la capacidad de pensar por cuenta propia y reflexionar el mensaje de Cristo.

No educas en la fe cuando impones el terror, el miedo y el castigo que aísla, sino cuando transmites el amor que acerca, comunica y hace libres.

No educas en la fe cuando impones tu autoridad, sino cuando cultivas la autonomía del otro y le sirves por amor.

No educas en la fe cuando impones la uniformidad que vulgariza, sino cuando respetas la originalidad que diferencia y enriquece.

No educas en la fe cuando impones la verdad, sino cuando enseñas a buscarla honestamente y sobre todo cuando la testimonias con tu vida.

No educas en la fe cuando impones un castigo, sino cuando ayudas a que la persona vea que se ha equivocado y le ayudas a que salga del pozo.

No educas en la fe cuando impones disciplina sino cuando formas personas responsables y maduras.

No educas en la fe cuando autoritariamente el respeto, sino cuando lo ganas con la autoridad del que sabe que seguir a Cristo es servir.

No educas en la fe cuando impones el miedo que paraliza, sino cuando logras el acompañamiento que estimula y el cariño que resucita.

No educas en la fe cuando impones información a la memoria, sino cuando muestras el sentido de la vida con un corazón que desprende amor.

Por eso no hay que temer cuando se tiene una fe educada en el evangelio.

Temía estar solo, hasta que aprendí a estar solo pero con Dios, que mal acompañado pero sin Dios.

Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso cuando no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mi, hasta que me di cuenta de que de todos modos opinan de mi. Y lo que me importa es una conciencia limpia delante de Dios.

Temía que me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en Dios y en mí mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer, madurar y que forma parte del camino de la vida si quieres seguir a Cristo en la gloria.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras y que éstas tienen los pies cortos. Y que por tanto debía ir con la verdad del Evangelio por delante, caiga quien caiga.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo de lo que no tiene fin.

Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que la ignorancia que corroe al soberbio y al engreído.

Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día y juventud de espíritu.

Temía al pasado, hasta que comprendí que es solo mi proyección mental y ya no puede herirme más. Y que para seguir a Cristo hay que mirar hacia delante.

Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de la estrella de la fe que ilumina cualquier oscuridad.

Temía a la conversión, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

¡Bendita pues la fe en Cristo, porque ayuda a eliminar todo temor y a educar en la libertad y el amor!

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