Ponte en las manos de Dios al abrir los ojos a la luz de un nuevo día y recuerda que Dios dirige tu vida porque le tienes cerca de ti. Tú abre los ojos para que nadie te manipule.

Ponte en las manos de Dios cuando te sientas perdido sin saber el camino que has de seguir. Tú recuerda que el único camino que no engaña es el de Cristo y tu honradez de vida.

Ponte en las manos de Dios cuantas veces salgas de tu hogar y pídele que él dirija tus pasos por donde quiera que vayas. Tú sigue su mensaje.

Ponte en las manos de Dios cuando te sientas enfermo y triste y tu vida esté asediada de grandes temores. Tú no te olvides de la oración.

Ponte en las manos de Dios cuando el bien que tú haces sea tenido por mal y tus propósitos no sean comprendidos. La envidia siempre está ahí.

Ponte en las manos de Dios cuando tu vida esté rodeada de peligros y no tengas auxilio de ninguna parte. Tu auxilio es el nombre del Señor.

Ponte en las manos de Dios cuando lo des todo por perdido y creas que tu esperanza se desvanece. Tú no te rindas y échale coraje.

Ponte en las manos de Dios cuando no comprendas las causas de tus sufrimientos y tus pruebas. Sigue fiándote de él a pesar de todo.

Ponte en las manos de Dios cuando las puertas se te cierren y no sepas hacia dónde dirigirte. Busca una puerta de salida, siempre la hay.

Ponte en las manos de Dios cuando creas que todas las cosas están en contra de ti y sientas que lo has perdido todo. No te permitas caer en la depresión.

Ponte en las manos de Dios y verás cómo a la postre todo se arregla para tu bien. Aunque tarde tiempo, tú persevera.

Ponte en las manos de Dios y ten autenticidad de vida, aun cuando quieran hacerte creer que tú eres culpable de lo que ocurre. No te olvides que les estorbas.

Ponte en las manos de Dios y no seas ingenuo, Dios te pide que seas bueno pero no tonto.

Ten en cuenta la siguiente reflexión:

San Juan Clímaco observaba que un orgulloso no tiene necesidad de ser perseguido por el Demonio; él es su propio demonio.

Por su parte, San Gregorio Magno señala las cuatro principales causas de la soberbia:

  1. Atribuirse a uno mismo los bienes que ha recibido de Dios.
  2. Creerse que uno ha recibido esos bienes en atención a sus méritos.
  3. Presumir de bienes que uno no tiene, o que tiene en menor medida.
  4. Desear que los demás aparezcan como inferiores porque les tienes envidia.

El orgullo del mediocre consiste en atribuirse muchos méritos y criticar por detrás -naturalmente- los méritos de los demás. O también hacer gala de esa falsa humildad, tan frecuente, para que los demás le presten atención.

Otro orgullo muy sutil y dañino es el de aquel que desea o espera que hablen bien de él, o que frecuentemente comenten sus hechos o dichos, y el no recibir lo que espera le entristece, le enfurece y hace que la envidia le corroa.

El soberbio busca los defectos ajenos, descuidando la atención y superación de los propios. Mira la paja en ojo ajeno mientras él tiene una viga en el suyo.

El soberbio siempre está inventando defectos en los demás para no permitir que descubran los suyos. Si la humildad une a los hombres, la soberbia los divide.

El orgulloso es vanidoso y se goza despreciando a los demás o considerándose mejor que ellos, aunque en la fachada aparente humildad.

No soporta que la persona con quien convive o se relaciona sea querida y apreciada por los demás.

La máscara de muchos defectos no es otra que el orgullo. El orgullo que lleva a negar los propios defectos impide advertir los remedios que podrían curar los propios defectos.

Al final el orgulloso se construye su propia tumba a través de la vanidad y la soberbia. Es una pobre persona que se quedará sola porque ella misma así lo ha querido.

El único remedio ante el soberbio y el orgulloso es la autenticidad de vida del que es atacado por ese tipo de personajillos y el ponerse en las manos de Dios.

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