Tengo un afecto especial por el Papa Pablo VI; aunque nací en el pontificado de Juan XXIII, Pablo VI fue el primer Papa del que tengo recuerdos personales. Durante el tiempo de su pontificado mis padres me iniciaron en la vida cristiana, nació mi vocación sacerdotal y entré en el seminario en aquel año ya lejano de 1977, cuando tenía quince de edad.

Gianbattista Montini, había nacido en Concesio (Brescia, Italia) el 26 de septiembre de 1897 y murió en Castelgandolfo el 6 de agosto de 1978. Había trabajado durante muchos años en la Secretaría de Estado del Vaticano, donde colaboró muy estrechamente con el Papa Pío XII. Creado cardenal por Juan XXIII, cuando fue elegido Papa, en 1963, era arzobispo de Milán. Tomó el nombre de Pablo para indicar su misión renovadora en todas partes del mundo de la difusión del mensaje de Cristo.

Su pontificado no fue precisamente un jardín de flores, sino más bien un enorme Vía Crucis que vivió con abnegación y sacrificio por amor a la Iglesia. A la muerte de Juan XXIII, su predecesor, decidió continuar llevando adelante el Concilio Vaticano II y trabajar por la renovación de la Iglesia. Aplicó la reforma litúrgica y se hizo cargo de la puesta en marcha y de la interpretación de los mandatos del concilio, a menudo caminando por una delgadísima línea entre las expectativas contrapuestas de los diversos grupos y tendencias dentro de la Iglesia. La magnitud y la profundidad de las reformas afectaron todas las áreas, superando durante su pontificado todas las acciones de reforma de sus predecesores y sucesores.

Pablo VI tuvo una gran sensibilidad social (encíclica Populorum pro-gressio y carta apostólica Octogesima adveniens «a ochenta años de la promulgación de la encíclica Rerum novarum, de León XIII), al tiempo que se manifestó como un gran defensor de la vida humana (Encíclica Humanae vitae). Su postura contraria a los medios artificiales de la regulación de la natalidad le costó la incomprensión y la crítica áspera no sólo del mundo, sino también de amplios sectores de la Iglesia; pero, en el fondo, quienes rechazaron el magisterio de la Humanae vitae eran prácticamente los que no querían tampoco dejarse convencer por la llamada a la solidaridad y la justicia de la Populorum progressio, es decir, de aquellos que habían hecho del egoísmo la bandera de su vida. Pablo VI estuvo atento a los acontecimientos mundiales y, en toda circunstancia, se esforzó para mantener íntegro el depósito de la fe; fomentó el diálogo ecuménico entre los cristianos católicos y los cristianos de otras confesiones, así como también el diálogo interreligioso. En la búsqueda de la paz se entrevistó con muchos gobernantes y comenzó la realización de viajes por todo el mundo para conocer y comprender los fieles, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en su ámbito de vida, este hecho caracterizará a los Papas posteriores, que no han dejado de viajar.

Incomprendido con frecuencia en su época, Dios ha querido que la historia hiciera justicia a un excelente pastor de la Iglesia como lo fue Pablo VI, y que su obra se viese reconocida. Su beatificación ha coronado toda una vida de amor a Jesucristo y a la Iglesia. Que en nuestro seguimiento de Jesucristo, sepamos aprovechar y vivir el Magisterio de Pablo VI y lo ponemos por obra.

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