Evangelios

La solemnidad de Cristo Rey nos lleva a pensar en el fin de la historia. En nuestro paso por el mundo hemos visto luces y sombras, momentos radiantes y acontecimientos que no hemos terminado de entender, porque sólo Dios conoce su secreto. Desde que Jesús predicó el Evangelio y confió a la Iglesia la continuidad de su obra, la historia ha sido testigo de la aparición y desaparición de reinos, imperios, naciones y estados, del nacimiento y del desplome de ideologías y modas, porque los reinos de la historia son como el polvo que el viento se lleva, solamente el Reino de Cristo dura eternamente; un reino tan combatido, pero nunca vencido.

Los cristianos vivimos en un mundo y en una sociedad en los que somos respetuosos con las autoridades constituidas y con las leyes justas que decretan; pero sabemos que nuestra ciudadanía definitiva no está en la tierra, sino en el cielo, por eso nuestra visión de la vida no se detiene en los límites de este mundo material, sino que va más allá, con los ojos y el corazón puestos en la esperanza. Cristo es nuestro Rey: un rey que nos muestra los secretos más profundos del corazón humano, un rey que nos ha llamado hermanos y nos ha hecho príncipes y herederos con Él, un rey que ha dado su vida por nosotros, un rey que ha hecho de la autoridad un servicio de amor al prójimo. Su reino será eterno porque se basa en la justicia verdadera que todos deseamos y, sobre todo, en el amor, y el amor nunca pasará.

De un modo muy especial y significativo, Jesucristo ha manifestado su amor a los pobres y ha querido hacerse presente en ellos. ¿Os acordáis de la respuesta que le dio a Judas cuando éste protestó ante lo que consideraba un despilfarro porque María, la hermana de Marta y de Lázaro, le ungió los pies con un costosísimo perfume de nardo? «Déjala, porque lo tenía guardado para el día de mi sepultura, porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». Los pobres son la herencia que nos ha dejado el Señor para que lo tengamos presente; Él continua entre nosotros por medio de la Palabra, de los sacramentos y también de los pobres: «Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis… Cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo».

Jesucristo, inmensamente rico, Creador del Universo, Redentor de la humanidad, hecho pobre para colmarnos con sus riquezas divinas, Autor de la vida, humillado hasta la muerte en la cruz; Cristo, Rey de los pequeños y los pobres, Rey de Justicia y Amor, a Él sean dados la gloria, el poder y el honor por los siglos de los siglos. Amén.