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La enseñanza principal que Jesús nos quiere impartir con la parábola de los talentos es que el Creador nos ha confiado a los seres humanos sus riquezas para que las hagamos fructificar durante su ausencia. Todo cuanto somos y tenemos lo hemos recibido como don para que lo gestionemos y lo incrementemos en calidad de administradores, no de dueños. Dios ha desplegado la obra admirable de la creación del mundo, que alcanza su culmen en la creatura humana, y que se desarrolla incesantemente hasta el encuentro inefable del hombre con Dios. Podemos vernos representados por los siervos a quienes el Señor encomienda su fortuna, consistente en la apreciable cantidad de los ocho talentos, que les pide ponerla a producir.

La liturgia de este domingo proclama el bello canto a la mujer fuerte, emprendedora y hacendosa. Ella es un ejemplo admirable para los hijos y constituye una satisfacción que llena de orgullo al esposo. Es una trabajadora incansable, inteligente administradora, solícita por el bien de los de la casa e incluso de los pobres que pululan fuera de ella. Éstos son los valores que el poema resalta en la mujer fuerte, sin prestar atención a otras dotes como la hermosura; sí, en cambio, elogia en ella el temor del Señor que, en último término, es el que orienta y da sentido a toda la actividad humana, desde el momento en que todo cuanto se le atribuye de virtuoso a la mujer fuerte es conforme a la voluntad de Dios, que desea el bienestar y el progreso de los seres humanos. Los mismos valores que el poema elogia en la mujer fuerte habría que hacerlos extensivos al hombre responsable, que, por su misión de padre de familia, ha de procurar la riqueza y el bienestar de todos sus miembros.

¿Cuáles son las riquezas de que el Señor nos hace depositarios y administradores? Entiendo que son los bienes materiales y los bienes espirituales. El señor de la parábola, que representa a Dios, ha distribuido a los hombres desigualmente su fortuna. Todos hemos sido agraciados con diversa clase de bienes: que nadie diga que no ha recibido nada, pues el mayor bien de que Dios nos ha hecho depositarios es nuestra propia persona. El Señor nos ha hecho libres para requerir nuestra colaboración responsable en el perfeccionamiento del mundo. No es asunto de poca importancia: Dios nos ha hecho depositarios de su hacienda y en el tratamiento que de ella hagamos se ventila la suerte del universo; todos somos responsables del éxito de la creación. A cada uno se nos pedirá cuenta de los bienes que se nos han encomendado, pues cada uno podemos aportar algo al bien común. A cada uno se nos pide una cooperación proporcionada a nuestras posibilidades.