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El domingo pasado celebramos con regocijo la solemnidad de Cristo Rey y con ella hemos cerrado el tiempo ordinario del año litúrgico. Hoy iniciamos el Adviento. Adviento –en latín, adventus significa llegada– es el tiempo que va desde este domingo de hoy hasta la víspera de Navidad, y que nos prepara espiritualmente para celebrar con gozo y óptimas disposiciones interiores el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo en la tierra, momento maravilloso de nuestra salvación. En estas semanas previas a la Navidad, la Iglesia entera aguarda con júbilo la llegada del Mesías Hijo de Dios hecho hombre y Redentor nuestro. La virtud propia y característica de este período es la esperanza. Mientras esperamos su venida gloriosa, el Señor nos recuerda que hemos de estar siempre en vela, «porque no sabemos a qué hora llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o al amanecer», nos dice en el Evangelio. Hace tres semanas, Jesús nos contaba la parábola de las diez vírgenes, invitándonos a la vigilancia. Y hoy nos vuelve a recordar la necesidad de velar para que, cuando llegue, nos encuentre despiertos y preparados para recibirlo con un corazón puro, noble y generoso.

Se cuenta que un famoso artista pintó un bello cuadro. El día de la presentación asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas y una gran concurrencia de espectadores. Llegado el momento, se tiró el paño que cubría el cuadro. Un estallido de aplausos hizo retumbar el salón. Una impresionante figura de Jesús tocaba suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, pretendía oír si adentro de la casa alguien le respondía. Se pronunciaron discursos y elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Sin embargo, un observador muy curioso y perspicaz, encontró un fallo en el cuadro y se lo hizo notar a su autor: la puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al artista, no sin cierta picardía: «Oiga, su puerta no tiene cerradura. ¿Cómo se hace para abrirla?» «Así es, –respondió el pintor–. Usted ha observado bien. Esa puerta no tiene cerradura porque representa el corazón del hombre. Sólo se abre por la parte de adentro».

Si nosotros queremos que Cristo venga a nuestras almas y nazca en nosotros esta Navidad, tenemos que abrirle nuestra casa desde adentro. Él no obliga a nadie, ni fuerza contra su voluntad a que le abran. Cada uno lo hace libremente. Él nos respeta siempre porque nos ama, incluso aunque en nuestra indiferencia o negación nos hagamos daño a nosotros mismos. Es el misterio del amor de Dios y de la libertad humana. Si queremos que Dios nazca en nosotros, hemos de preparar nuestro nacimiento, nuestro «belén» interior. Y esto exige estar en vela para que el pecado y los vicios del mundo no hagan presa en nuestra vida. ¡Ojalá que le abramos la puerta y le dejemos entrar a nuestra casa esta Navidad! Tenemos cuatro semanas de Adviento para prepararnos