Para el cristiano la salvación es cuestión de vida o muerte, por eso no puede vivir despreocupado de ella. La salvación prometida por Jesucristo es la vida eterna que gozaremos en el Reino de Dios, a quien veremos cara a cara.
Sólo el hecho de vivir en Dios puede dar sentido al trabajo, a las alegrías y las penas, a la ilusión y al sufrimiento que experimentamos en nuestra vida terrena.
Jesucristo es el único que puede salvarnos, porque es Dios y hombre a la vez: es Dios para ofrecernos gratuitamente el amor y la salvación, y es hombre para mostrarnos en su vida el camino que conduce al Padre.
Son muchos los que buscan la salvación en cosas que no pueden darla; abandonan a Jesucristo y ponen su confianza en los valores de este mundo, con lo que vuelve a cobrar actualidad aquella sentida queja de Dios expresada por el profeta Jeremías: «Mi pueblo ha cometido un doble pecado: me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron sus propias cisternas, pozos agrietados que no conservan el agua» (Jr 2,13). Algunos piensan que el sentido de la vida está en el dinero y que la vida está asegurada gracias a tener mucho; otros buscan el prestigio y la consideración del prójimo para sentirse feliz; otros piensa que esta vida es todo lo que hay, que después ya no hay nada más y que, por tanto, lo mejor es disfrutar al máximo y aprovechar el momento presente. Todos estos pensamientos son caminos engañosos, pues proponen un modelo de persona limitada, reducida exclusivamente a su condición material, sin tener en cuenta que el ser humano también es espíritu y que su vida va más allá de los límites de este mundo que vemos. La vida cristiana nos llama a caminar; por eso, Cristo, que es Camino, Verdad y Vida, va delante de nosotros y nos guía, pues Él es nuestro Pastor, el Buen Pastor.
El Buen Pastor es aquél que conoce a cada una de sus ovejas y se cuida de cada uno de los miembros de su rebaño. Quien lea estas líneas, puede estar seguro de que Jesucristo nos conoce y nos ama a cada uno con un amor personal y único.
Al dar su vida, lo ha hecho por cada uno de nosotros, por ti y por mí. Jesucristo nos ha manifestado hasta el extremo la grandeza de su amor. La vida que Él nos da continúa llegando hasta nosotros a través de la Eucaristía que celebramos y de los demás sacramentos.
Pero esta vida nueva y plena no es un regalo exclusivo para nosotros; con Jesucristo, el cristiano debe compartir la preocupación para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Hemos sido afortunados porque Dios se nos ha manifestado y nos ha llamado a la vida; estamos muy alegres por ello y lo celebramos juntos. Pero tendríamos que sentir también una gran inquietud ante el hecho de que hay muchos hombres y mujeres que todavía no están entre nosotros: ellos también son hijos de Dios, o están llamados a serlo, y Jesucristo ha dado también su vida por ellas. De ahí que es necesario que les ayudemos a conocer el Evangelio, para que todos lleguemos a ser una comunidad bajo la guía del único Pastor, Jesucristo.