frutos-min

Es muy frecuente en nuestra época ajetreada hacer encuestas de cualquier tipo, recoger los resultados de campañas comerciales o de marketing, ver la solidez que tienen las inversiones hechas en cualquier parte del mundo (rentabilidad, riesgo…). Y todo por el simple hecho de que existe un hilo que siempre nos puede llevar en ambas direcciones hasta las causas o hasta las consecuencias. Dios mismo en el evangelio, como la en la vida que Él ha creado, nos revela un criterio muy importante, y es que por sus frutos los conoceréis, en el fondo, si tenemos ojo nadie puede engañar a nadie. Esto para nosotros se trata de un principio vital, se trata también de un rasgo de nuestra condición racional: somos lo que producimos.

Porque si vemos en nuestra vida los frutos del pecado (tristeza, desánimo, falta de fe…) quiere decir que nos reconocemos no como hijos de la luz, sino de las tinieblas. Pero si vemos en nosotros alegría, fe, oración en cualquier circunstancia y sufrimiento bien acogido, significa que nos conocerán como hijos de la luz, como personas que tienen algo más, algo especial. Sólo por nuestros frutos nos conocerán, sólo por nuestros frutos nos reconoce nuestro Padre Dios.

Esto es algo muy elemental en la naturaleza (pensemos en un peral), pero en estos tiempos antinaturales y antibiológicos los más elemental se convierte en un “por qué” levantisco y arrogante. Así que tanto a los árboles como a los hijos de Dios sólo se les puede reconocer por sus frutos: si quizás no los tenemos, o por humildad no queremos señalarnos, siempre podemos consolarnos con el sufrimiento que causa la poda de las ramas sanas, para que den más fruto. Eso ya es una victoria, un consuelo, un fruto. Y a su debido tiempo los frutos se harán visibles.

En estas fechas en las que celebramos los sacramentos para los niños que reciben la iniciación cristiana constatamos la falta de fe en las comunidades. Fe que ha de ser la base para acoger los frutos de nuestros desvelos por los paganos de hoy. Constatamos muchas veces que aquí falla algo, que el orden lineal de las cosas parece no aplicarse en nuestras salas de catequesis: nuestros frutos son amargos, y eso nos genera muchas preguntas.

La principal ausencia que notamos todos los cristianos en las parroquias es la Cruz gloriosa sobre nuestros hombros: sólo si hay muerte hay vida, si el grano de trigo no se entierra, muere y se pudre, no puede dar fruto. Ésta, por lo tanto, no es nuestra asignatura pendiente, ni nuestro fracaso como comunidad de Dios, sino que es nuestra esperanza.

La Cruz de Cristo nos ilumina, no nos ciega, y nos permite vencer y darle la vuelta a los frutos del pecado: el desánimo, la tristeza y la falta de fe. La Cruz nos anima a recibir la purificación de la poda, no para no ser igual de benévolos con los niños de la catequesis el próximo curso, sino para ser nuevos, para volver a hacer formalmente lo mismo con un nuevo corazón. En el desierto actual la semilla sola, aunque muera, no puede dar fruto, el agua del Espíritu Santo es la causante de la vida. Como San Pablo, mantengamos la fe, luchemos en el combate.