La sabiduría construyó su casa, la adornó con siete columnas; mató animales para el banquete, preparó un vino especial, puso la mesa y envió a sus criadas a gritar desde lo más alto de la ciudad:¡Venid acá, jóvenes inexpertos! Mandó a decir a los imprudentes:Venid a comer de mi pan y a beber del vino que he preparado. Dejad de ser imprudentes, y viviréis; conducíos como gente inteligente. Pr 9,1-6.

La vida humana está llena de constantes invitaciones de Dios a vivir en comunión con él. La primera invitación fue crearnos, llamarnos de la nada a la existencia. Pero el hombre se apartó de Dios por el pecado, y por eso la segunda invitación ha sido salvarnos y llamarnos de nuevo a vivir con él. La comunión de vida con el Señor comienza con el arrepentimiento de los pecados y la conversión; después sigue con el crecimiento en la fe, la esperanza y el amor, que se alimentan mediante la recepción de la Palabra divina y la participación en los sacramentos.

En la celebración de la Eucaristía el Señor resucitado nos prepara su mesa: nos instruye con su Palabra y se nos da a sí mismo como alimento a través del don de su Cuerpo y su Sangre. Cada domingo, Jesucristo nos hace llegar su invitación y nos convoca en asamblea de hermanos. En el texto citado en el encabezado podemos contemplar la profecía de la invitación del Señor a convertirnos e ir hacia él, y podemos ver también el anuncio del banquete que nos ha preparado. La respuesta a la invitación de Jesucristo es lo que desde el principio ha caracterizado a la Iglesia; Hechos de los Apóstoles se hace eco de ello cuando describe brevemente la vida de la primera comunidad en este versículo:

«Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hechos 2,42).

Como cristianos, debemos escuchar y responder positivamente a la invitación del Señor a compartir su mesa con él y con los hermanos en la celebración de la Eucaristía cada domingo. Pero hoy quisiera enfatizar otro aspecto de las invitaciones del Señor: «perseverar en la enseñanza de los apóstoles», que actualmente nos viene por medio de tres canales: la Predicación, la Catequesis y el Magisterio de la Iglesia. Al empezar el curso, la Parroquia, en nombre de Jesucristo, invita a la catequesis a todos los niveles: niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Ante el hecho social de la Primera Comunión, hay un gran interés por parte de muchas familias de que sus niños vengan a catequesis, ¡bienvenidos sean! Ahora bien, ¿por qué decrece el interés por la catequesis una vez celebrada la primera comunión?, ¿es que el Señor Jesús no sigue invitándonos? ¡Naturalmente que sí! ¿Por qué entonces la convocatoria a la catequesis de adultos la escuchan tan pocos? La formación permanente y continuada, el crecimiento constante en la fe y la maduración en el amor y la esperanza, ¿no debería ser una preocupación importante para cualquier discípulo de Jesús? Al programar la catequesis de postcomunión, de adolescentes y jóvenes y de adultos, la Parroquia invita a todo el mundo en nombre del Señor, que ha venido para que todos tengamos vida en él (cf. Juan 10,10).

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