«No merezco esto!» ¡Cuántas veces he oído esta expresión! incluso yo la he dicho más de una vez. Seguramente tú tampoco mereces muchas cosas de las que te pasan: un día prestaste dinero a tu cuñado y desde entonces dejó de ir por tu casa y de responder a tus llamadas; ya no sabes qué cara tienen tus sobrinos, y del dinero te querrías olvidar, aunque no puedes porque en verdad eso no te lo mereces. Entregaste tu vida a tu esposo y a tus hijos y tu marido, al llegar a casa, se sumerge en el ordenador, mientras que tus hijos apenas te dirigen la palabra si no es para pedirte algo; te deprimes y te sientes abandonada y traicionada, mientras piensas que «eso no te lo mereces». Hace más de veinte años que estás dejando tu piel en el trabajo, dedicando horas y procurando agradar en todo a tus jefes; un día, para recompensar tu labor, van y te despiden; y tú levantas la mirada al cielo y te quejas porque no te lo mereces.
Con frecuencia la vida nos parece muy injusta, pero antes de desesperarnos, es preciso elevar la vista y mirar al Crucifijo… Pon atención y escucha lo que dijo san Dimas, el Buen Ladrón: «Nosotros sufrimos con justicia esta pena, porque recibimos el pago de nuestros actos, pero éste nada malo ha hecho» (Lc 23,41). Si ha habido una gran injusticia en la historia, es precisamente ésta: fíjate cómo a veces trataban al Señor, con desprecio, cómo muchos desoían sus palabras; Jesús nunca mereció que lo trataran así, ni mucho menos la terrible muerte que sufrió. Si ha habido un ser humano completamente inocente en la tierra, ciertamente ha sido Él. Por lo que respecta a nosotros, debemos decir que muy a menudo hemos sido sus verdugos, porque nuestros pecados lo han llevado a la Cruz. Cada vez que yo pecaba sabía que mi pecado entregaba a la muerte al Redentor; por eso me uno al alegato del Buen Ladrón: me he ganado un castigo por mis culpas, y si lo negara sería un necio indigno de redención.
Mirado a ras de suelo, quizás lo que te han hecho sea una total injusticia. Pero si no apartas tu mirada del Crucifijo, te darás cuenta de que hay injusticias llenas de justicia. A través de las injusticias humanas, sufridas por el mismo Señor encarnado, la Justicia amorosa de Dios te purifica y prepara para entrar en el Cielo. Seguro que no tienes ni idea del Purgatorio que te ahorrarás si sabes soportar con paciencia estos desprecios y ultrajes. Si te dieras cuenta de ello, verías que detrás de estas “injusticias” se esconde un deseo amoroso y paterno de Dios. También entenderías que la Justicia divina está llena de afecto; y, sobre todo, dejarías de quejarte para entonar un canto dolorido, pero también alegre, de acción de gracias. Uniendo tus sufrimientos a los de Cristo, el único Justo, encontrarás el perdón de tus pecados y llegarás a la Vida Eterna. Si continúas pensado que «esto no te lo mereces», entonces no serás digno de la redención.