¿No es cierto que hay verdades que tenemos demasiado aprendidas y por eso no les damos importancia? Son verdades elementales, de sentido común y, generalmente, muy significativas para la vida. Una de ellas, por ejemplo, es el axioma según el cual «nadie puede empezar de cero», es decir, que cada individuo concreto no puede inventar todo y decirlo todo como si fuera el primero y el único habitante de este mundo, sin respeto a ninguna tradición y en la que hay que vivir. Hoy se habla mucho de ruptura; y a veces hay que romper con el pasado, sobre todo si éste se ha degenerado y nos impide avanzar, pero hay que hacerlo sin descontrol ni estridencias, sin llegar a decir como aquel adolescente: «Yo no me encuentro a gusto con mi familia porque no la he elegido». Según este razonamiento, deberíamos dejar los padres y vivir tan pronto como podamos con los amigos o por nuestra cuenta, sin la ayuda de nadie. Deberíamos olvidar también nuestra lengua materna, que tampoco hemos elegido, y renunciar al legado cultural de los antepasados, lo que sería una insensatez. Sin embargo, hay en esta actitud una exigencia profundamente humana: convertir las relaciones naturales en relaciones personales por medio de la libertad. Queremos decir, por ejemplo, que el adolescente puede y debe elegir a sus padres para que estos se hagan dignos de elección. Así, el instinto cede y comienza el amor, y lo que parecía un impedimento se convierte en espacio de libertad. De esta manera, las relaciones naturales se convierten en personales. El que ama a sus padres no los cambiaría nunca; por tanto, los elige.
El ser humano vive en la tradición como medio natural; salir y seguir viviendo es imposible. En este sentido, todos somos tradicionales, ya que nadie puede comenzar su vida desde cero; incluso aquellos que se jactan de ser poco tradicionales tienen sus raíces escondidas y, lo que es peor, las tienen ocultas ante sus ojos. El hombre tradicional, en el mejor de los sentidos, es un hombre consciente, que sabe lo que recibe, y es un hombre libre que interviene como persona en el curso de la tradición viva, que mira siempre adelante. Entonces el pasado se convierte en la posibilidad del futuro, y éste se convierte en la plenitud sorprendente de aquél, en la nueva plenitud. La tradición no es costumbre, rutina, repetición mecánica o herencia biológica, sino historia, vida y, por tanto, cambio. Es vida humana, vida en libertad y desde la libertad, y, por tanto, es también aventura y riesgo, esperanza y promesa, responsabilidad… Evidentemente, en este sentido no todo el mundo es tradicional; más aún, aquellos que se autodenominan tradicionales y detienen la tradición, la ponen en conserva, son los enterradores de la tradición, serán anticuarios y tradicionalistas, pero no tradicionales. El cristiano es persona de tradición. La tradición cristiana es la que viene de Cristo, no puede tener otra fuente. En Cristo reciben los creyentes toda la vida y la verdad de Dios, la verdad que se transmite a través de una cadena de fe a partir de Jesucristo y los apóstoles hasta llegar a nosotros, una cadena en la que el apóstol Pedro tiene un papel primordial, ya que en él, por ser uno de los doce y por voluntad del mismo Cristo, la tradición comenzó su camino. Aquí estamos y de eso vivimos, del testimonio apostólico, del testimonio de Pedro cuando dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». La Iglesia, la asamblea de los creyentes que ha sido convocada por heraldos del Evangelio, es y será siempre una comunidad apostólica.
Dice Pablo a los romanos que «el justo vive de la fe». Esto no quiere decir que viva de la fe de los antepasados, ya que la fe es, en cada caso, personal y nadie puede creer por otro. Es verdad que la fe es la respuesta al Evangelio de Jesucristo, que no hemos inventado nosotros; pero es nuestra respuesta. Y es, además, la respuesta que sólo nosotros podemos dar en una situación nueva e irrepetible. De ahí que la fe cambie sus expresiones en la historia hasta que se manifieste la plenitud del Reino de Dios en Jesucristo. No debemos confundir la fe viva, que se renueva constantemente, con las creencias que se transmiten como una costumbre. Hay cristianos que lo son porque ya lo fueron sus padres, son cristianos de herencia y de creencias, pero también los hay que lo son porque han creído, porque han apostado por el Evangelio: estos son cristianos por elección, son los que viven de la fe y en los que vive la fe verdadera de la Iglesia. En ellos la tradición sigue su camino y haciendo la historia de salvación. La respuesta que dio Pedro a la pregunta de Jesús es exacta, pero no basta con que nosotros la vayamos repitiendo como quien repite una fórmula, es necesario que la expresemos con una emoción parecida a la que él tuvo al reconocer a Jesús como el Mesías. Esta será entonces una respuesta enraizada en la tradición viva.
Con este mismo espíritu de vivir la tradición emocionadamente y llenos de ilusión, debemos celebrar la Fiesta Mayor de Rubí, nuestra ciudad; como cristianos y ciudadanos necesitamos trabajar para conseguir unas relaciones humanas más fraternas que reflejen la presencia del Reino de Dios aquí en la tierra.