Dejadme que mis palabras sean como un tú a tú con ese Amigo que Cristo nos puso para que nos guiara en el peregrinaje hacia la casa del Padre. Ese Amigo que tuve la suerte de conocer y con el que puede charlar un largo rato cuando aun era cardenal. Por tanto mis palabras podéis suponer que están llenas de emoción y admiración.
Te vas santidad pero te quedas. Desapareces del primer plano de las multitudes para estar más intimidante presente.
Te vas físicamente, pero te quedas rezando por la Iglesia, es decir por cada uno de nosotros, pero desde la soledad y el silencio de un monasterio contemplativo.
Te vas para estar constantemente delante del Señor rezando por todos nosotros porque nos continúas llevando en su corazón.
Te vas para estar aun mas cerca del que te conoce desde la eternidad y te llamó a la vida sacerdotal y a ser el pastor universal.
Te vas por amor a Dios si, en quien creíste desde pequeño y al que adoras y por amor a él aceptaste guiar su barca hasta que te respondieran las fuerzas. Ahora llega la hora de tu retiro, porque también esta hora estaba prevista en la providencia de Dios.
Te vas habiendo gastado al máximo las sandalias del pescador que heredaste de Pedro, y después de haber recorrido muchas lugares del mundo donde la gente goza pero también muchas lugares, los mas, donde sobre todo la gente sufre.
Te vas también quizás porque no todos a tu alrededor han sido para ti corderos verdaderos sino que te has sentido defraudado por mas de un lobo con piel de cordero, pero eso no ha hecho sino que se cumpliese el evangelio en aquella escena del jueves santo en la que Cristo fue traicionado .Pero no por eso-al igual que Cristo- has dejado de amar a los que no te han guardado fidelidad.
Has luchado para que, la Iglesia, fuera más santa, transparente, evangélica y llena de Dios.
Has intentado con toda tu alma unir y no romper ni dividir.
Has pretendido que, la Iglesia, sea más consciente y conocedora de Aquel que predica y lleva en vasija de barro.
Dejas tu cayado para que unas manos con mas fuerza y vigor corporal continúen tu tarea, la misma que el Señor te encomendó a ti y que no es otra que llevar el evangelio urbi et orbi.
Te vas para que quien sea escogido con un vigor y unas fuerzas mas integras lleven la barca de Pedro en medio de un mundo cambiante con una rapidez nunca vista.
Te vas, pero que nadie piense que huyes, solo eres fiel a tu conciencia delante de Dios: por amor y obediencia viniste y por amor y obediencia te vas.
Pero venga quien venga a sustituirte, detrás queda Aquel a quien serviste, ama y guía a la Iglesia: El Espíritu Santo.
Te vas pero se queda la obra de Cristo: la Iglesia. Una Iglesia santa porque la fundó Cristo, el tres veces santo, pero a la vez pecadora por los hombres y mujeres que la formamos. Una Iglesia siempre necesitada de renovación profunda y más en los tiempos que estamos y que has pedido insistentemente en las últimas semanas. Y que hoy mismo has pedido a los cardenales: que sean como instrumentos de una misma orquesta.
Gracias santidad, gracias por tu coherencia, por tu libertad espiritual, por tu amor a la Iglesia y por tu humildad a la hora de tomar la decisión de renunciar. Dios te creó libre y por amor. Y libre y por amor aceptaste y libre y por amor has renunciado.
Todo un ejemplo que debemos aprender cuantos estamos al frente de comunidades, porque no hemos sido elegidos ni siquiera el Papa, para ejercer un poder, ni tener un status de vida, sino para servir de corazón y con humildad y coherencia hasta dar la vida, pero no para aferrarse a un cargo o a una poltrona.
Gracias por haber intentado que, la Iglesia, fuera más santa, transparente, evangélica y llena de Dios. Por habernos sugerido con tu lento caminar que la fe se propone pero no se impone.
Ayúdanos desde tu oración en el silencio, para que comprendamos que la vida sin Dios se la lleva el viento.
Ayúdanos desde el silencio de tu entrega, en este año de la Fe que tú proclamaste, que no estamos solos, que Cristo nos acompaña en nuestro caminar.
Ayúdanos a ver que cuando nos decidimos por Dios, al igual que el Padre del Hijo prodigo, no nos hace ningún reproche sino que nos inunda de su indulgencia y su amor
Ayúdanos a descubrir que cuando seguimos a Cristo no nos quita nada sino que nos lo da todo
Haznos ver con tu oración y desde el silencio, que no podemos desperdiciar los dones que Cristo nos da y que esos dones los compartamos con los demás.
Enséñanos a estar presentes con gestos, servicio y delicadeza al lado de quien lo necesite, porque así lo hizo Cristo y tu pontificado nos lo has recordado constantemente.
Ayúdanos con tu oración a resistir contra todos aquellos que intentan marginar o anular de la vida al Único que le da sentido: Cristo
Ayúdanos a entender que si queremos a Cristo no podemos resistirnos a acompañarle en la cruz.
Que no podemos decir que somos seguidores de Cristo y mirar para otro lado por miedo al que dirán o por miedo al compromiso
Ayúdanos en este año de la Fe a tener valor para dar testimonio como tu, esa Fe que tu nos has trasmitido en tu pontificado.
Con esa fe vivida de forma meditada, consciente y libre, has llegado a la decisión de que quieres continuar el camino, tu última peregrinación hacia el Gólgota desde la soledad y la oración.
Ayúdanos a valorar lo importante de la conversión de corazón, lo imprescindible de la oración, la grandeza de la caridad y el paraíso del perdón que damos y que recibimos.
¿Sabes? Me enseñaste a no dudar de que Cristo levanta por mí, la carga de pecado que soporta mi pecho. Y que en su lugar coloca la blanca paloma de perdón. Que sustituye esa carga por el bálsamo de su amor y comprensión. La sustituye por la sangre que derramó por mí en el Calvario cuando entregó la vida para que hallara perdón, libertad y paz interior y me librara de la carga que supondría tener que expiar yo mismo mis pecados.
Y me lo enseñaste en forma de oración que jamás olvidaré, mientras los dos paseábamos por el atrio de la Basílica de S. Pedro, y que dice así:
«Te ruego que aceptes esa blanca paloma del perdón, el bálsamo de Mi amor
y el poder curativo de la sangre que derramé por ti. ¿No comprendes que desde este mismo momento hay paz para ti?
Santidad, gracias porque nos has enseñado a redescubrir, reconocer y sentir la grandeza del Señor para poder dar razón de lo que creemos y debemos vivir.
Gracias y que Dios te continúe bendiciendo en el silencio de la contemplación. Pero no te olvides y se que no te olvidarás de nosotros.
Has sido para todos nosotros, una gracia de Dios aunque tu pontificado haya sido breve, pero ya se sabe que lo bueno si breve dos veces bueno.
Adiós santidad, hasta siempre. Amen