Cuenta una antigua leyenda que cuando Dios estaba creando al ser humano, tenía a su alrededor a seis ángeles:
- Uno de ellos preguntó: ¿Qué estás haciendo?
- El segundo preguntó: ¿Por qué lo haces?
- El tercero: ¿Puedo ayudarte?
- El cuarto ángel preguntó: ¿Cuánto vale todo eso?
- El quinto dijo: «no me gusta».
- El sexto se puso a admirar y a aplaudir.
El primer ángel era un sabiondo. El segundo un filósofo muy instruido. El tercero un altruista que se puso a su disposición desinteresadamente. El cuarto un comerciante que vendía y compraba todo lo que caía en sus manos. El quinto un demonio, pariente de lucifer. El sexto, un místico.
Esos mismos personajes aparecen a nuestro alrededor cuando queremos hacer algo verdadero por el Evangelio; y hay que aprender a reconocerlos.
Unos se dedican a observar hasta el detalle y a fisgonear porque sin eso no pueden vivir. Otros a discutir y a armar barullo, porque ellos lo saben todo. Otros a criticar porque están muy ocupados en no hacer nada y les da envidia que los demás sí que arrimen el hombro. Otros solo están para lucir el tipo y salir en la foto, eso sí, antes ya te han juzgado y condenado. Sólo unos pocos están dispuestos a ayudar y a entregar su tiempo y sus personas incondicionalmente.
Por eso, cuando queremos sembrar de verdad el Evangelio, debemos contar con la envidia y las críticas a las espaldas, con todo ese ramillete de personajillos – quiero decir de ángeles – del tres al cuarto, pero sin dejarnos frenar ni influenciar por ellos.
Así que quien quiera dedicarse a seguir a Cristo y a sembrar el Evangelio, que no pierda el tiempo, ni la paz interior con semejantes «ángeles», porque desde la creación ya los hubo que sólo intentaban incordiar. Pero ni caso, que el tiempo es oro y además pondrá a cada «angelito» de estos en su sitio.