La-creacion-de-Adan-1511-Miguel-Angel-min

Quizás este título extrañe, conmocione u horrorice a más de uno; posiblemente muchos estarán en desacuerdo. ¿Cómo es posible que no todos los hombres y mujeres sean hijos de Dios?, ¿no es Dios Amor y ama a todos?

Durante su vida entre nosotros, Jesucristo estableció dos vínculos. El primero fue decirnos el nombre de Dios y permitirnos que le llamáramos “Padre”; y el segundo fue llamarnos amigos y no siervos. Pero en un sentido literal y propio, el único Hijo directo del Creador es Jesucristo, su unigénito, Hijo que es Dios y que conforma junto con el Espíritu Santo el gran misterio de la Santísima Trinidad. Los demás hijos de Dios son hijos adoptivos, pero la relación paterno-filial con Dios es inversa a como la entendemos los humanos. Cuando un matrimonio adopta un bebé, después de cumplir con los requisitos, firma un documento y recibe al niño como hijo. Desde este momento, el niño es legalmente hijo suyo. Pero con Dios no es así, ya que el primer principio que rige nuestra vida es la libertad. No sólo Dios nos busca para ser nuestro Padre, sino que también nosotros debemos aceptar ser sus hijos. Y si no queremos, Dios respetará nuestra decisión, pero no la aceptará con indiferencia.

La aceptación de Dios como Padre no consiste tan solo en recibirlo como tal. Es semejante a cuando una pareja se une en matrimonio. Al casarse, se casan también con sus familias respectivas, con los problemas y las alegrías de ambos. Un matrimonio es la unión familiar y no sólo de dos personas que, ciertamente, son el núcleo, pero no un núcleo aislado. El Padre no viene solo; el Padre tiene un Hijo, y un Hijo que es de su misma substancia. Por eso, no aceptar a Jesús es literalmente rechazar a Dios. Jesús es nuestro hermano adoptivo cuando aceptamos a Dios como Padre. Pero la historia no acaba ahí. El amor de Dios hacia su Hijo Unigénito origina a otra persona: el Espíritu Santo. Dejarlo al margen sin querer vivir bajo su luz y su impulso es quedarse sin el Padre y sin el Hijo. La aceptación paternal de Dios va más allá de rezar el Padrenuestro, es creer de veras que Dios es nuestro Padre, que Cristo es nuestro hermano y que el Espíritu Santo es quien nos da la fe y la vida. ¿Pueden llamarse hijos de Dios quienes rechazan a Cristo? Dios quiere que todos seamos hijos suyos, pero la relación adoptiva con Él depende también de nuestra aceptación.

Todos hemos sido creados por Dios, eso es indudable, pero no todo el mundo acepta a Dios como Padre. Y si lo aceptamos, no siempre ejercemos esta relación con la honradez e intensidad convenientes. Por ejemplo, como Padre, no hay ni una milésima de segundo en la que Dios no esté para nosotros. Como hijos, ¿sucede lo mismo? Como Padre, para Dios su amor hacia cada hijo es como si este hijo fuera el único que existiese en la tierra. Como hijos, ¿será el Padre nuestro único Dios? Como Padre, Dios siempre da sin necesitar ni esperar nada a cambio. Como hijos, ¿cuántos condicionantes, pactos y negociaciones hemos hecho para que Dios nos conceda salirnos con la nuestra? ¿Merecemos, pues, llamarnos hijos de Dios? No escribo para desesperanzar a nadie, sino para ayudar a sincerar nuestra relación con el Señor. Porque Dios merece mucho más que un Padrenuestro mal rezado, que un rato de oración que procuramos pasar rápido o que un tiempo miserable que le dedicamos cronómetro en mano. Dios merece todo lo que somos porque Él no se reservó nada, ni siquiera a su único Hijo, porque ¡Él nos ha amado hasta el extremo!

Acabemos meditando este breve texto del Evangelio: «Vino a su casa y los suyos no le recibieron. Pero a todos cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les ha concedido llegar a ser hijos de Dios» (Juan 1,11-12).