La Semana Santa ha sido una experiencia muy intensa y llena de gracia. Acompañamos a Jesucristo en su entrada triunfal en Jerusalén el domingo de Ramos. Estuvimos con él en el Cenáculo recibiendo su Cuerpo y su Sangre como alimentos de vida eterna. Lo seguimos hasta el Calvario y lo vimos morir en la Cruz. Lloramos su muerte y lo vimos depositado en el Sepulcro. ¿Quizás pensamos también como los primeros discípulos que todo terminó? Después de tantos siglos, nosotros sabemos como fue la historia y, seguramente por eso, nos cuesta vivir con emoción los acontecimientos de Pascua. Es preciso ser conscientes de que en esta historia estamos implicados cada uno de nosotros. Cristo ha dado su vida por ti y por mi, para que pasáramos de ser esclavos del pecado a ser hijos de Dios.

Lo último que esperaban las mujeres que fueron de madrugada al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús era su resurrección. ¿Por qué habían perdido la esperanza? ¿Acaso Jesús no predijo todo lo que sucedería, que sería entregado a las autoridades, que lo azotarían y que lo matarían en una cruz, pero que al tercer día resucitaría? ¿No habían visto a Jesús sacar a Lázaro de la tumba y haber devuelto a la vida a la hija de Jairo y al joven de Naím? Sí, en efecto, todo eso lo vieron y lo oyeron, ¡pero que diferentes fueron las circunstancias de esos episodios a las de la muerte de Jesús! En estos hechos, Jesús actuaba con autoridad y manifestaba su gloria; pero en la cruz, la gloria y la autoridad habían desaparecido por completo, y lo que vieron en el Calvario fue a un Jesús derrotado, al que parecía habérsele acabado todos los recursos. ¿No sería que Dios lo había abandonado realmente? La cruz fue para ellas y para los discípulos la prueba de fuego donde parecían haberse quemado para siempre la fe y la esperanza, las ilusiones y las expectativas que habían puesto en él… Todo se había terminado. Sin embargo, la providencia de Dios quiso que no se acabara el amor, por eso iban a ungir el cuerpo de Jesús, porque le amaban… Todos sabemos que el amor es capaz de ir más allá de la muerte, y fue precisamente gracias al amor que Dios hizo resucitar en ellas la fe y la esperanza, y manifestó que, al ser él el Amor infinito, tiene poder sobre la muerte que amenaza al ser humano.

Al llegar al sepulcro, lo vieron vacío: no estaba el cuerpo de Jesús, y recibieron la gran noticia:

Vosotras buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado: no está aquí, ha resucitado. (Mc 16,6).

Debemos escuchar hoy este anuncio con la emoción con la que lo escucharon aquellas mujeres que amaban a Jesús y que se convirtieron en testigos de la resurrección, en misioneras del Evangelio. ¡Ha resucitado Cristo, nuestro Señor, aleluya! éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Llevemos este anuncio a nuestro mundo que tanto lo necesita, pues ha de recuperar la fe para vivir en la esperanza, sólo así podremos vivir unidos compartiendo en amor de Cristo resucitado.

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