Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la Fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignonimia y está sentado a la diestra del trono de Dios (Hebreos 12, 1-2).
Esta cita de la Carta a los Hebreos que estamos escuchando en estos últimos domingos del año litúrgico es como un conglomerado del momento que nos está ofreciendo el Señor para vivir.
«Teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos». Hace poco celebrábamos la Solemnidad de Todos los Santos, fiesta que nos recordaba que el Señor ha hecho santas a personas, a veces, muy parecidas a nosotros, con problemáticas u obstáculos similares en nuestras vidas. Esas personas, rodeadas a veces de dificultades y de motivos para la desesperanza, se han decidido del todo por la santidad y han llegado a vivir alegres en la pobreza, contentos en medio de toda clase de situaciones y adversidades: han sabido amar dándose, igual que Cristo.
«Fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la Fe». Nos encontramos, también, en el año de la Fe: tiempo de gracia y de especial generosidad divina para ahondar en el tesoro de la fe, que como escuchamos en la Palabra de Dios, ha iniciado Cristo y él mismo la ha consumado, la ha llevado a su plenitud. Así que nuestra fe es un don, un don que comienza en Cristo y que termina también en él. Con ella podemos recorrer su mismo camino, con lo ojos fijos en él, es como podemos pasar haciendo el bien por el camino de la existencia, es como podemos servir y no buscar el ser servidos, poseyendo así la alegría que no pasa ni caduca, aquella alegría que nada puede superar pues es la más grande, la alegría de dar la vida por los amigos. La misma alegría de Cristo.
«Soportó la cruz sin miedo a la ignonimia y está sentado a la diestra del trono de Dios». Jesús se encuentra ya a la diestra del Padre, gozando de su divina compañía, pero él también está viviendo, sufriendo, respirando, trabajando, fregando, levantándose con nosotros, en nosotros. él está vivo en nosotros, quiere seguir viviendo en la tierra nuestras vidas. él no está simplemente en el cielo, alejado, ¡Cristo está también en la refriega! Pero además sabemos que ya vive en la gloria y que su reino no tendrá fin. él está en cada uno de los rincones más inhóspitos del mundo, pero a la vez goza ya de la comunión plena con el Padre, como hombre, y está allí por y para nosotros.
El Padre le ha entronizado a su derecha, el Padre ha encumbrado al que los hombres tenían por borracho, comilón, blasfemo, endemoniado, maldito. En la pasión le llamaron blasfemo por atribuirse el texto de Daniel («el Hijo del hombre entre las nubes»). En este mundo, a veces no hay lugar alguno para el Señor, pero Jesucristo como «Sacerdote» y Buen Pastor, sigue dando la vida en oblación por nosotros.
Cristo, Dios nuestro e Hijo de Dios, la primera venida la hizo sin aparato; pero en la segunda vendrá de manifiesto. Cuando vino callando, no se dio a conocer más que a sus siervos; cuando venga de manifiesto, se mostrará a buenos y malos. Cuando vino de incógnito, vino a ser juzgado; cuando venga de manifiesto, ha de ser para juzgar. Cuando fue reo, guardó silencio, tal como anunció el profeta: «No abrió la boca como cordero llevado al matadero». Pero no ha de callar así cuando venga a juzgar. A decir verdad, ni ahora mismo está callado para quien quiera oírle (San Agustín).