Al leer el emocionante relato de la Transfiguración recordé algo que vi en televisión: en un programa entrevistaban a un guía sherpa del Nepal que ayudaba a los escaladores a alcanzar la cumbre del Monte Everest. «¿Por qué lo hace?», preguntó el conductor del programa. «Para ayudar a otros a hacer algo que no pueden hacer por sí mismos», respondió el guía. «Pero hay tanto riesgo, tantos peligros– dijo el locutor– ¿Por qué insiste en llevar gente hasta la cumbre de la montaña?» El guía, sonriendo, dijo: «Es obvio que usted nunca ha estado en la cumbre…» En el trabajo de evangelización, ante tanto esfuerzo, horas, días y años en que luchamos y nos esforzamos por hacer que otros suban la montaña de la fe, en la fatiga y el sacrificio por hacer que otros escalen el “Everest espiritual”, en cuya cima se encuentra el Señor transfigurado lleno de gloria, lamentablemente toparemos con más de uno que querrá restar importancia a nuestro trabajo y oiremos voces negativas que nos dirán: «¿Para qué tanto esfuerzo?, ¿por qué tanto tiempo perdido?, ¿vale la pena tanto riesgo? Ante tantas preguntas la única respuesta válida es: «Es obvio que vosotros no habéis estado nunca en la cumbre», «se nota que jamás habéis estado en el monte de la Transfiguración».
El trabajo del evangelizador es de alto riesgo, llevar a otras personas a la cima de la fe es difícil, pero todo esto se ve recompensado con la alegría y el gozo que produce ver que otros también escalen y lleguen a esta cima. No hay mayor alegría que llevar a un esposo y padre de familia alcohólico a la montaña de la transfiguración, ver a este hermano bajar
de la montaña totalmente cambiado, lleno de la gloria de Dios, verlo volver a su casa y ahí, transformado por el poder de Dios, hacer de su hogar el cielo en la tierra. Esto sí que motiva a seguir evangelizando. ¿Y qué decir de los que están perdidos sin esperanza? El esfuerzo por encaminar al perdido, el tiempo invertido en hacer que el pecador encuentre el camino de la salvación, escuchar a tantos hermanos que, después de haber tocado el fondo del abismo, lograron salir y subir al monte de la gloria, y tuvieron la gracia de encontrar a Jesucristo, verlos bajar de la montaña, contemplar el cambio de vida que provocó en ellos tener esta experiencia divina, verlos proclamar y anunciar la Buena Noticia de la Salvación: ¡Esto motiva!
Sigamos, pues, adelante. A pesar de las pruebas y las dificultades, ¡no nos rindamos!, continuemos llevando las ovejas al encuentro con su Pastor Jesucristo. Sigamos ayudando a los hermanos para que logren llegar a la cumbre de la salvación. Demos lo mejor de nosotros para que muchos puedan experimentar y exclamar: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!» ¡Gracias, Señor, por esta experiencia indescriptible! ¡Gracias, Señor, por transformar y cambiar nuestras vidas!, ¡Gracias por la fe y la salvación!