The_Sheep

Seguramente la oveja es el animal más torpe de todos, no puede sobrevivir sin ayuda de un pastor. No puede huir de los peligros, ni defenderse. Su horizonte no va más allá de la hierba que puede ver con sus ojos, y por eso puede perderse fácilmente. Incluso corre el riesgo de morir ahogada si, al beber, se acerca demasiado al agua, puesto que, si se moja su lana, ésta se le hará tan pesada que no podrá salir por sus propias fuerzas. Una oveja sin pastor está condenada a muerte. Por eso, «cuando Jesús desembarcó, vio un gran gentío y se compadeció, porque eran como ovejas sin pastor» (Mc 6,34). He aquí la promesa de Dios: «Os daré pastores según mi corazón» (Jr 3,15).

Desde hace dos mil años, el sacerdocio católico acompaña sin interrupción a la humanidad, y no ha dejado de atraer la atención de los hombres. Nuestra época no es una excepción. La historia ha sido trazada por estadistas, pensadores, artistas, científicos, exploradores, revolucionarios y santos. Muchos de ellos fueron sacerdotes. Pero su gran influencia no se ha mostrado tanto directamente en la historia a gran escala –aunque algunas veces también–, como a través de su presencia en la historia personal de los individuos. Un sacerdote nos abre los brazos de la Madre Iglesia desde nuestros primeros días con el Bautismo. Nos acompaña durante nuestra peregrinación a la tierra, en los días ordinarios y en los más decisivos, en los logros y en las alegrías, pero también en los momentos de tristeza y cuando lloramos nuestros pecados. Y un sacerdote nos entregará finalmente en manos de Dios cuando éstas escriban el punto final de nuestro paso por la tierra. Y esto es así porque Jesucristo, antes de volver al Padre, nos prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. La multiplicación de los panes, las curaciones, la historia del buen samaritano, de la oveja perdida y otras muchas páginas del Evangelio, no son cosas del pasado, sino que siguen manifestándose en nuestros hospitales, en nuestras calles, en nuestros pueblos y ciudades y en nuestros días. Porque el sacerdote nunca actúa en nombre de un ausente, sino en la misma persona de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz. Actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hacer».

La vida del sacerdote es una vida en blanco y negro, el contraste continuado entre la acción de Dios y las limitaciones que acompañan a cada sacerdote durante toda la jornada. Se siente débil, pero debe sostener a sus hermanos. Uno le escupe y otro, poco después, le besa la mano. Ve y conoce sus miserias, pero presencia con asombro las maravillas que Dios hace a través de sus manos. Los sacerdotes están acostumbrados a presenciar en primera fila estos momentos de la gracia divina. Oremos para que, con motivo del Día del Seminario, sean muchos los jóvenes que respondan generosamente a la voz de Jesucristo que les dice: «Ven y sígueme» (Mt 19,21).