Cristo_exorcismo-min

La palabra que Jesús dirige a los hombres abre inmediatamente el acceso a la voluntad del Padre y a la verdad de sí mismos. En cambio, no sucedía lo mismo con los escribas, que debían esforzarse por interpretar las Sagradas Escrituras con innumerables reflexiones. Además, a la eficacia de la palabra Jesús unía la de los signos de liberación del mal. San Atanasio observa que «mandar a los demonios y expulsarlos no es obra humana sino divina»; de hecho, el Señor «alejaba de los hombres todas las enfermedades y dolencias. ¿Quién, viendo su poder… hubiera podido aún dudar de que él era el Hijo, la Sabiduría y el Poder de Dios?». La autoridad divina no es una fuerza de la naturaleza. Es el poder del amor de Dios que crea el universo y, encarnándose en el Hijo unigénito, abajándose a nuestra humanidad, sana al mundo corrompido por el pecado. Romano Guardini escribe: «Toda la vida de Jesús es una traducción del poder en humildad…, es la soberanía que se abaja a la forma de siervo». (Papa Benedicto XVI).

Las palabras del Evangelio de este domingo nos muestran que la verdadera autoridad nace del verdadero amor. Pues sólo el que se ofrece para cargar con nosotros, puede después enseñarnos con autoridad, pues por la prueba del amor gratuito podremos entrever el genuino bien al que tendemos y que no vemos. Sólo Cristo, que es el amor perfecto, es el que tiene toda la autoridad, nosotros los hombres participamos parcialmente de este principio que vertebra el universo. Fuera de este principio se ubican, con mucha lógica, el caos y la tiranía. La verdadera prueba que nos convence de la autoridad de Cristo es su humillación para servirnos, y para darse, sin esperar Él nada a cambio: ofrenda de amor absoluta. Sólo en ese abismo de la última cena que nos asoma al infinito de nuestras miserias, pero ya sin miedo, podemos situarnos delante del todo y de la nada, delante de lo imposible de ese amor, y al mismo tiempo delante de nuestras heridas sanadas por el amor del que se inclinó para lavarnos los pies, mientras los suyos quedaban heridos. Se trata de una nueva invitación de Cristo a hacer un acto de fe en Él, experimentando que su corazón sagrado es el núcleo de Dios, que es amor, y que se derrama sobre nosotros. Cómo le dijo el cardenal Wojtyla (fututo Juan Pablo II) al líder comunista polaco en una película sobre la vida del papa santo: donde usted dice nada, yo digo todo, donde usted ve la nada, yo veo el todo.

A menudo, para el hombre la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos (cf. Jn 13, 5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor. En una de sus cartas santa Catalina de Siena escribe: «Es necesario que veamos y conozcamos, en verdad, con la luz de la fe, que Dios es el Amor supremo y eterno, y no puede desear otra cosa que no sea nuestro bien». (Papa Benedicto XVI).