El retorno a la vida de la hija de Jairo y de la curación de la hemorroísa manifiestan en la acción de Jesús esta verdad expresada por el Antiguo Testamento: «Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes». Dios nos llama a la vida y quiere que vivamos para siempre. Sin embargo, la humanidad, aferrada al mal tan a menudo, rechaza la vida que Dios le ofrece y se precipita a la perdición. Pero Dios no nos abandona ni deja de ofrecernos el perdón y la salvación.
La enfermedad de la mujer y la muerte de la niña expresan el mal amenazador. La acción de Jesús, que permite acercarse a la mujer para ser curada y que devuelve la vida a la muchacha, muestra el poder divino que supera incluso la enfermedad y la muerte. Fijémonos en la fe sencilla de la hemorroísa; alguien la vería como algo supersticioso, manipulador y mágico del poder de Dios, pero Jesús no la juzga tan severamente como lo harían algunos puristas, sino que la acoge en su dolor y ve en su creencia una gran confianza en él. Si permanecemos fieles, el Espíritu Santo sostendrá nuestra fe, como sostuvo la fe de Jairo en un momento en que ésta se hubiera hundido en medio de la impotencia: «No temas, basta que tengas fe». Nos dice hoy Jesús.
En el camino de la vida encontramos personajes que se inclinan servilmente ante la muerte, resignados en su incapacidad, y que procuran sacar el máximo provecho en medio de la desgracia: Los médicos, incapaces de curar a la pobre hemorroísa, la han hecho sufrir enormemente, se han llevado su dinero, y ahora aquella mujer tiene que arrastrar una penuria que aumenta su dolor. Las plañideras, profesionales de la muerte que decoran con sus llantos la defunción de la niña, y que no pueden ofrecer a su familia más consuelo que unas lágrimas a cambio de una propina. Y los racionalistas que se complacen en indicar que no hay solución y que todo ha terminado. Pero en medio de todo esto, hace acto de presencia Aquél que es la Vida, para poner en evidencia que es la vida y no la muerte quien tiene la palabra sobre el ser humano.
La sociedad actual paga un gran tributo a la cultura de la muerte; el Magisterio de la Iglesia ha hablado mucho sobre eso y ha denunciado injusticias flagrantes contra la dignidad humana. Esta cultura desprecia la vida y extiende una angustia sin remedio que lleva a negaciones de la vida como el aborto o la eutanasia. En nombre de una «vida digna» o de una supuesta solución de problemas llega a medidas drásticas que niegan el derecho de los más débiles. ¿Y qué decir de la carrera y el comercio de armas, que mueven capitales fabulosos en el mundo mientras que la mayor parte de la población muere de hambre? No podemos resignarnos ante este modo de pensar que nos hunde en la comodidad y en las ganas de no complicarnos la vida, porque eso significaría que preferimos llorar a la posibilidad de cambiar las cosas.
Jesús libra a la mujer de su enfermedad y llama a la niña de nuevo a la vida. También hoy el Señor nos llama a salir de nosotros mismos y a ponernos en camino.