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La liturgia nos invita a adorar a Dios en toda circunstancia, ya que su gracia es nuestra única esperanza. Job se ve abrumado por el sufrimiento: Estoy invadido por las inquietudes hasta el amanecer. El libro de Job no explica el problema del sufrimiento, pero nos muestra el camino a seguir: no contener nuestros gritos, sino mantener la confianza y sostener muy fuerte la mano de Dios, porque Él está siempre con nosotros. En medio del dolor, Job no rompió su relación con Dios, sino que quería entrar siempre en diálogo con Él, permanecer en su presencia a pesar de las vicisitudes. La presencia de Dios entre los más pequeños y los que sufren es un gran descubrimiento del Antiguo Testamento: a partir de ahora el hombre ya no está solo ante las dificultades y las crueldades de la existencia. El libro del Eclesiástico llega a decir: «Las lágrimas de la viuda corren por las mejillas de Dios» (Si 35,18). En las pruebas lo esencial es saber y creer que estamos en la mano poderosa, sabia y benéfica del Creador.

Dios mismo ha venido en la persona de su Hijo a hacerse cargo de nuestros dolores y de nuestros pecados, para liberarnos: «Llevaron a todos los que sufrían una enfermedad o endemoniados (…) curó a muchas personas que sufrían todo tipo de enfermedades, y expulsó a muchos demonios». Los enfermos se sienten atraídos por Jesús, pero ¿están preparados para la fe? Jesús, que vino a buscar a la humanidad, acoge a los que acuden a Él y le reconocen como su Liberador y Salvador.

El Evangelio es un anuncio que cura y salva. La predicación del Evangelio es inseparable de la lucha contra el mal que hace sufrir a los hombres. En su primera carta a los Corintios, Pablo dibuja en pocas líneas el rostro del verdadero apóstol. Un apóstol, un profeta, es siempre un hombre para los demás: aquél que comunica a Cristo a los demás; es el mismo proyecto de Dios para un mundo nuevo en el que todas las lágrimas serán enjugadas (Is 65,17s). Esto es lo que podemos entender cuando Jesús cura a la suegra de Simón y ella enseguida se pone al servicio de sus hermanos. Así, Jesús vino para acabar con el poder del mal. Por eso el Salmo nos invita a alabar a Dios: «¡Bendigamos al Señor que cura nuestras heridas!» Que el Señor nos ayude a no apartarnos de Él en el sufrimiento, sino a tener fe en su presencia en el corazón de nuestra vida.