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Del 17 al 24 de enero hemos celebrado la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, cuyo lema ha sido «Amarás al Señor, tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo», una llamada que resuena profundamente en nuestras almar y nos invita a reflexionar sobre la esencia misma de nuestra Fe. En el Evangelio de San Lucas (10, 25-37), encontramos la parábola del Buen Samaritano, una narración que aborda la importancia del amor al prójimo y revela un profundo contenido ecuménico, porque el amor a Dios y a nuestros semejantes es patrimonio de todos los cristianos.

Jesús nos presenta una gran lección. Nos relata la historia de un hombre que, al caer en manos de ladrones, recibe ayuda no de quienes uno esperaría, sino de un samaritano, el cual va más allá de los prejuicios arraigados en su nación y extiende su mano compasiva hacia un judío malherido, demostrando que el amor al prójimo trasciende las barreras de nacionalidad, lengua, cultura y religión. Esta parábola nos recuerda que el camino para alcanzar la vida eterna no se encuentra únicamente en el cumplimiento estricto y severo de la Ley, como lo demostraron el sacerdote y el levita que pasaron de largo. El verdadero camino se revela a través de la compasión, la misericordia y el amor práctico hacia aquellos que lo necesitan. Jesucristo amplía el concepto de prójimo, recordándonos que todos los hombres, sin importar su origen o creencias, son nuestros semejantes y merecen nuestro amor y cuidado.

Es notable cómo el judío malherido, a pesar de los prejuicios también arraigados en su nación, acepta la ayuda del samaritano. Este gesto nos desafía a superar barreras, a vencer prejuicios y a reconocer la humanidad compartida que nos une a todos como imagen de un Dios amoroso que nos llama a ser sus hijos. Jesucristo une los preceptos del amor a Dios y del amor al prójimo que los judíos conocían pero que a menudo separaban. Nos muestra que estos dos mandamientos están intrínsecamente ligados y que, al amar a nuestro prójimo, estamos expresando nuestro amor a Dios. Jesucristo actúa con nosotros como el buen Samaritano, extendiendo su gracia y amor incluso a aquellos que, en ocasiones, podríamos considerar fuera de nuestro círculo.

A lo largo de toda nuestra vida, se nos insta a ser como el buen Samaritano, a superar prejuicios, a ofrecer amor desinteresado y a construir puentes de unidad y compasión entre nuestras comunidades. Oremos juntos por la unidad, la comprensión y el amor entre todas las personas, reconociendo que somos instrumentos del amor divino en este mundo.