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Iniciamos la lectura de Marcos que nos acompañará hasta el segundo domingo de Cuaresma. Jesús comienza la predicación de la Buena nueva con un gesto muy concreto formando una comunidad o grupo de compañeros a su alrededor. Les invita a compartir su vida y su misión. A vivir de tal modo que ellos mismos se conviertan en signo elocuente y creíble de que el Reino de Dios está presente en el mundo. Un estilo de vivir y relacionarse que pide una conversión constante. Consigna que se nos recordará el próximo Miércoles de Ceniza a mediados de febrero: «Convertíos y creed en el Evangelio».

Toda acción humana conecta con el designio eterno de Dios y con la llamada a escuchar a Jesús, seguirle en todo y para todo, y proclamarlo tal y como hicieron los primeros discípulos, tal y como lo han hecho y procuramos hacerlo millones de personas. Ahora es la oportunidad de encontrar a Dios en Jesucristo, ahora es el momento de nuestra vida que conecta con la eternidad feliz o desgraciada, éste es el tiempo que Dios nos ofrece para reencontrarnos con Él, vivir como hijos suyos queridos y hacer que las vicisitudes diarias tengan la carga divina que Jesucristo –durante su vida entre nosotros– les imprimió. ¡No podemos desperdiciar la oportunidad presente!: esta vida más o menos larga en el tiempo, pero siempre corta, puesto que «la figura de este mundo pasa». (1Cor 7,31). Después, una eternidad con Dios y todos los bienaventurados en vida y felicidad plena, o lejos de Dios –con los condenados– en vida e infelicidad absoluta.

Así pues, las horas, los días, los meses y los años, no los podemos malversar, ni podemos acomodarnos e ir tirando. El tiempo que Dios nos concede debemos aprovecharlo viviendo aquí y ahora lo que Jesús ha proclamado en su Evangelio salvador: vivir en Dios, amándolo todo y a todos. De esta manera podremos escuchar: «Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en poco y yo te pondré sobre mucho; entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,23).